CAPÍTULO 3
La tentación y el pecado del hombre
1 Era,
empero, la serpiente el animal más astuto de todos cuantos animales había hecho
el Señor Dios sobre la tierra. Y dijo a la mujer: ¿Por qué motivo os ha mandado
Dios que no comieseis de todos los árboles del paraíso?
Como ven, la serpiente utiliza, por primera vez, la
estrategia de los ideólogos, y que será usada en adelante por sus seguidores:
hace una pregunta que tiene una verdad relativa, es decir una mentira
disfrazada de verdad, para imbuir una afirmación falsa como verdadera, pues, Dios
sí había prohibido comer, pero solo de un árbol, no de todos como dice la
serpiente y ahí está el veneno de su pregunta para hacer caer a la mujer:
hacerle creer que Dios le había coartado todas sus libertades. Notemos que
todavía a la mujer no le llaman Eva, pues se hace referencia en este relato a
todas las mujeres de todos los tiempos, no a ella en particular, pues ella las
prefigura a todas, excepto a la concebida sin pecado, que será la excepción.
No perdamos de vista nunca, que el hombre y la
mujer del paraíso son una imagen de todos nosotros, de todos los seres humanos
de todos los tiempos, en sus dos únicas versiones, para que entendamos que el
relato es una alegoría que nos deja una enseñanza y una advertencia a todos los
seres humanos de todos los siglos, que a diario actuamos como Adán, como Eva, e
incluso, como la serpiente.
La serpiente es Satanás. El uso de la figura de
este reptil, busca destacar el carácter del enemigo de Dios que es un ser vivo,
sigiloso, astuto, que ataca subrepticiamente y que tiene alma; por eso se
representa como un animal.
Pero en cuanto persona, Satanás es un ser
sobrenatural, capaz de actuar en forma directa o a través de otros. El veneno
de la serpiente puede ser un pensamiento inspirado por el diablo, o puede ser
el propio Satanás en la imagen de un ser cualquiera, capaz de incitar al pecado
mediante palabras mentirosas o insidiosas. Este ser, que podría ser uno de
nosotros, tiene en su boca el veneno capaz de despertar, por medio del
lenguaje, la codicia, la envidia, los celos, la avaricia, o simplemente el
orgullo o deseo de ser más y anteponer la propia voluntad a la de Dios, y eso
mata el amor a Dios, porque lo transforma en rebeldía y odio.
Cada persona escoge ser la serpiente cuando se deja
tentar e inyecta el veneno cuando da malos consejos, cuando dice mentiras que
harán daño a los demás, cuando incita al mal, cuando juzga o hace daños intencionales,
en forma directa o indirecta a las personas, o a sus bienes materiales,
espirituales o intelectuales, o simplemente cuando se opone al plan de Dios.
Por eso Jesús dice a Pedro, cuando se muestra contrario a que cumpla su misión
de morir para redimirnos: “Apártate de mí Satanás”. Pero, como
Dios no deja nada al azar, estas palabras son también una advertencia, muy
importante, para todos los cristianos: que satanás podrá hablar, incluso a
través del propio pontífice de Roma, y podremos reconocer esto cuando lo haga,
porque hablará en contra de lo que dice del Evangelio o negará los hechos y
palabras de Jesús con transducciones caprichosas o amañadas para justificar y
tolerar la maldad, bajo la lupa del humanismo y el sofisma del buenismo, que no
es lo mismo que la misericordia, porque si bien hay que dar de comer al
hambriento, antes es necesario salvar su alma.
La figura de la mujer no encarna necesaria o
exclusivamente al sexo femenino: es la representación más bien de nuestra
fragilidad humana que nos hace irreflexivos, variables y débiles de carácter,
celosos, indiscretos, fatuos, seductores y tolerantes frente al mal, por una
falsa visión de lo que es el amor, a menudo confundido con la alcahuetería que
se disfraza de tolerancia y buenismo, y permite así que el mal se nos acerque
astutamente para hacernos creer que el mal es el bien y que el bien es el mal: es
la relativización de la conciencia.
También representa la belleza que cautiva, seduce y
es capaz de inclinar las voluntades hacia la injusticia, y por último también
representa la fuente de la vida misma y la causa de la felicidad del hombre que
encuentra en ella, no solo el amor, sino también la compañía, la ayuda y la
prolongación de su existencia a través de los hijos. Existencia que Satanás
busca destruir y por eso Jesús afirma que Satanás es “homicida desde el
principio”.
El veneno son los pensamientos o palabras astutas y
mentirosas con las que despertamos espíritus de orgullo y envidia que engendran
avaricia, desconfianza en Dios y desencadenan la desobediencia a la Ley que
ocasionará la muerte. Muerte que es consecuencia del alejamiento de Dios, porque
Él es la verdadera vida: la única plena, la sobrenatural.
Pero la muerte no es solo para quien trasgrede la
Ley divina, sino también para su descendencia, pues todo pecado deja en cada
uno una huella. Esa huella marcada en la mente y en el alma se transmite como
herencia genética que nos hace proclives a todos los descendientes del pecador
a desarrollar las mismas tendencias de nuestros antecesores y a repetir parte
de su historia de pecado, en mayor o menor grado. Este es el pecado original,
que crea una cadena, larga como la misma serpiente de cuya mentira nace el mal
que aqueja a las personas y que en la jerga cristiana se conoce como “atadura
intergeneracional”.
Muchas veces tenemos conflictos con la voluntad de Dios
y su plan de salvación, y tendemos a creer que Dios planeó la caída del hombre
en el pecado o que no la impidió cuando pudo haberlo hecho. Pensar así, es una
trampa del demonio. ¿Provocaría Dios un naufragio para salvar a los náufragos y
quedar como un héroe? No. Dios no necesita el reconocimiento de nadie, no es
perverso ni planea el mal; conoce la fragilidad de sus criaturas y sabe lo que
harán, antes de que lo hagan, pero no lo impide por respeto a la libertad que
es la más excelsa expresión de su amor infinito. Más bien, cuando actúa, lo
hace siempre para bien de las personas. Por eso, una vez consumados los actos
humanos, enderezará lo torcido para hacer surgir un bien mayor del mal
provocado, para que el pecador tenga caminos que lo conduzcan al cielo, con la
única condición, de que lo quieran hacer. Y el bien mayor termina siendo la
recuperación de la vida eterna y la conquista del cielo.
Por eso Dios, en su bondad, en vez de eliminar a
Satanás, para que no haga el mal, le da la Tierra como reino, y le da la misión
de ser un guardián con el estatus de un soberano, para que proteja a sus
criaturas; mas, por no cumplir esa misión, será condenado. Su calidad de soberano
de este mundo material la confirma Jesús cuando le llama: “el
príncipe de éste mundo” (Ver: Juan 12: 31, Juan 14: 30, Juan 16: 11).
Ese misterioso designio de Dios de dar a Satanás el
mundo material como reino, obedece a su bondad infinita, aunque ya sabía que su
criatura más maravillosa se había envanecido en su belleza y ya no le amaba,
sino que se amaba a sí mismo, también conocía lo que haría, pero aun así le da
el mundo para que viva allí y viva en libertad, porque le ama.
Se servirá Dios de la maldad del ángel que se
rebelará contra Él para dar a innumerables seres un lugar privilegiado en el
reino y por ese amor crea el universo material y a todas las criaturas. Satanás
tiene así la oportunidad de calmar sus ansias de poder y reinar para siempre en
un edén maravilloso, que por orgullo y soberbia despreciará y buscará destruir,
pues ha conocido la verdadera gloria del cielo en donde reina el Altísimo. Pero,
por soberbia y codicia, no quiere conformarse con menos.
Lucifer recibe la dádiva divina, pero la toma quizá
como una humillación, porque siente envidia del Altísimo y se cree merecedor de
reinar en los cielos y estar en el lugar de Dios. Tal vez no merecía semejante
honor, pero el Amor y la Misericordia divina se lo hizo y, por eso, Satanás es
rey del mundo, un mundo destinado de antemano a la eternidad adonde él introducirá
la muerte y el dolor, para demostrar a Dios que se ha equivocado y que él es
más sabio.
Se infiere que cuando contempló Satanás al hombre
hecho a imagen de Dios sintió envidia y decidió destruirlo, porque en su
orgullo no quiso admitir que una criatura inferior a él fuera semejante a Dios,
en los aspectos que hemos señalado.
La Palabra de Dios nos describe en fragmentos, que
no siguen una secuencia temporal, lo que sucedió y lo que sucederá, por lo cual
es necesario deducirlo y tratar de darle esa secuencia cronológica para
comprender lo incomprensible, ya que está escrito en el lenguaje de la
eternidad y nosotros estamos atrapados en un espacio-tiempo del cual nos es
difícil tomar distancia para entender.
Estando en el Edén como príncipe y guardián de la
creación, Satanás planeó la rebelión con sus seguidores: un grupo de ángeles
que le habían sido dados como subalternos y que admiraban su increíble belleza.
El profeta lo narra así
“Tú eras la obra maestra, lleno de sabiduría, y de una belleza perfecta.
Vivías en el Edén, en el jardín de Dios; sobre ti solo había piedras
preciosas, cornalina topacio y diamante, crisólito, ónix y jaspe, zafiro,
malaquita y esmeralda, con aros, pendientes labrados con oro, desde el día en
que fuiste creado. Te puse de guardia como un Querubín en la montaña santa de Dios:
permanecías allí, yendo y viniendo entre las piedras de fuego. Desde el día que
fuiste creado tu conducta había sido perfecta, hasta el día en que el mal se
anidó en ti.” (Ezequiel 28, 12-15)
Aquí
el profeta Ezequiel nos muestra la misión que tenía aquel ángel lleno de
maravillas, las cuales compara con piedras preciosas y oro, y nos revela la
misión que tenía: ser guardián del Edén.
“En tu
corazón decías: “Subiré al Cielo, levantaré mi trono encima de las estrellas de
Dios. Me sentaré en la montaña donde se reúnen los Dioses, allá donde el norte
se termina; subiré a la cumbre de las nubes, seré igual al Altísimo.” (Isaías
14, 13).
Isaías nos dejar ver el pecado del ángel rebelde:
la envidia que siente por el Creador y la codicia sobre el trono y el poder del
Altísimo. Las estrellas de Dios son figura de los ángeles. Los dioses son los
hombres que acogen la Palabra de Dios, y al hacer su voluntad, se hacen hijos
suyos, porque le reconocen como Padre y actúan como tales. Por eso Isaías los
llama dioses, y por la misma razón Jesús, ya resucitado, envía a María
Magdalena a decirle a sus Apóstoles: “Subo a mi padre y a vuestro padre, a mi Dios
y a vuestro Dios” (Juan 20:17).
Sin embargo, no todos somos hijos de Dios, como
afirman erróneamente los que creen que por ser criaturas ya tenemos esa
dignidad, que parece reservada a los Apóstoles y a los santos, que hablarán en
su nombre con la verdad. Por eso Jesús dice a los judíos que lo querían matar,
y por extensión a los que asesinan a los demás cuando mienten acerca de Dios y
pervierten su evangelio para acabar con la fe de los creyentes:
“Sois de vuestro padre
el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él fue un homicida desde
el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él.
Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el
padre de la mentira.” (Juan 8: 44)
Satanás sabía que en su bondad infinita, Dios no le
destruiría, porque Dios no es asesino y por eso abusa e intenta devastar su
obra introduciendo la muerte, para recrearse en el sufrimiento ajeno, porque
solo a través de la violencia ejercida contra las criaturas se siente poderoso.
Pedro nos lo advierte así: “Sean sobrios y velen. Su adversario, el diablo, como león
rugiente anda alrededor buscando a quién devorar.” (1Pedro 5:8)
No obstante, la muerte será derrotada por Cristo en
la cruz que figura al árbol de la vida en donde Él con su cuerpo y su sangre es
el fruto que devuelve la eternidad a quienes la han perdido, cuando lo coman dignamente
en la Eucaristía. Queda claro que el mal no es una obra de Dios, sino que nace
de las acciones de las personas, en este caso del diablo que representa a todo
espíritu de maldad que puede estar en cada uno de nosotros. La codicia, la
envidia y la avaricia serán el origen del mal que hizo caer a Lucifer y que hace
hundir a la gente.
Volviendo al relato del Paraíso, en donde se señala
a la mujer como la responsable de haber comido primero el fruto, propiciando la
caída del hombre, recalcamos que no es por una visión misógina del autor del
libro que así se narre, sino que, efectivamente, el diablo la toma como su
primer objetivo y la utiliza, por ser la criatura más frágil, bella y sensible,
hecha para amar profundamente, y dar vida y sentido a la existencia del hombre
y hacer amables sus días sobre la tierra. Destruirla a ella es destruir a la
humanidad, porque solo en torno suyo es viable la familia, que es la célula de
la sociedad. En efecto, la mujer es la única que puede dar vida en su vientre
maternal y la que tiene la capacidad de mantener reunida a la familia. Cuando
falta el padre se conserva la unidad, a pesar de todas las circunstancias
adversas, pero si falta la madre, se desintegra y destruye el hogar, y por eso,
como en este episodio, la mujer es el primer objetivo de Satanás.
2 “A lo
cual respondió la mujer: Del fruto de los árboles que hay en el paraíso sí
comemos: 3 Mas
del fruto de aquel árbol que está en medio del paraíso mandónos Dios que no
comiésemos ni le tocásemos siquiera, para
que no muramos.”
Algunos teólogos, incluso que se consideran
católicos, sostienen que la muerte anunciada no es la del cuerpo sino la del
espíritu, porque el cuerpo biológico siempre ha muerto, y siempre morirá. Eso
no es cierto, porque los espíritus nunca han muerto, nunca mueren y nunca
morirán. Si fuera así, no habría condenación eterna, de manera que Dios no se
refería a la muerte del espíritu sino a la del cuerpo que al morir dejará de
ser habitáculo del alma, la cual sufrirá al verse privada de su cuerpo, si no
halla adonde ir.
Para discernirlo recalcamos en la necesidad de
entender que hay dos naturalezas corporales y dos espirituales: el cuerpo
biológico, el alma y el espíritu, en donde la unión de los tres crea un segundo
cuerpo que es el cuerpo sobrenatural que es aquel con que fuimos creados y que
perdimos por el pecado de Adán y Eva, y que se recupera únicamente después de
la muerte biológica en la resurrección.
A propósito de esta hipótesis, la Escritura dice
que:
“Dios
creó al hombre a imagen de su propia naturaleza, y para que fuera inmortal. La
envidia del diablo introdujo la muerte en el mundo, y la experimentan los que
toman su partido.” (Sabiduría 2: 23).
Aquí parece que en efecto se refiriera a la muerte
del espíritu y no a la del cuerpo, pero Jesús aclara:
“Y
no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden
matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el
infierno.” (Mat 10: 28).
Con lo cual queda bien claro que hay dos muertes:
la del cuerpo biológico, a la que no hay que temer, porque existe la
resurrección. Pero no habla de la muerte del alma sino de su destrucción. Por
eso el cuerpo sobrenatural va con el alma al cielo o al infierno para ser
destruidos eternamente, porque no podrán morir por una razón muy simple: Dios
no nos creó para que muriésemos sino para que tuviésemos vida eterna.
En efecto, lo aterrador del asunto es esto: que
siendo inmortales tanto el cuerpo sobrenatural, como el alma y el espíritu, el
trabajo de destrucción en el infierno se convierte en una tortura eterna porque
una vez despedazado y quemado el cuerpo, se restaura y vuelve a pasar por el
mismo proceso de destrucción, eternamente, como lo describen algunos videntes,
como el padre Carlos Cancelado, que recogió las visiones de doña Oliva Arias en
Garagoa, y que lo experimentó cuando murió y volvió milagrosamente a la vida. Según
su testimonio el cuerpo sobrenatural sufre y siente como si fuera en la misma
carne la tortura física. El alma siente odio contra Dios por saber que aquello
nunca acabará, porque la existencia es eterna, y el espíritu el dolor de jamás
poder ver a Dios.
Como nos hemos referido a dos manifestaciones
materiales del ser humano y a dos inmateriales, debemos entender que hay
un cuerpo biológico, que es el que muere y un cuerpo glorioso o sobrenatural
que es aquel con el que Dios creó al ser humano, que había destinado a ser hijo
suyo y por lo tanto a ser un Dios.
Por eso la Palabra de Dios proclama: “Yo había dicho: Ustedes serán dioses, serán todos
hijos del Altísimo”. (Salmo 82: 6) Palabra ratificada por Jesús cuando los judíos intentaron
apedrearle por afirmar que era Hijo de Dios y “Jesús les contestó:
“¿No está escrito en su Ley: Yo he dicho que son dioses? No se puede cambiar la
Escritura, y en ese lugar llama dioses a los que recibieron esta palabra de Dios.”
(Juan 10: 34-35).
De manera que estábamos destinados desde el
principio a ser dioses y por lo tanto inmortales, y esa gracia perdida nos es
devuelta, cuando recibimos, aceptamos y practicamos las enseñanza del
Evangelio, porque eso nos garantiza la resurrección del cuerpo en una nueva
forma de existir para la vida eterna.
Como éramos seres sobrenaturales e inmortales,
Satanás decidió actuar para hacernos perder esa gracia y hacernos morir a
través de la mentira con la que sedujo a la mujer. Por eso Jesús señala
que “Ha sido un homicida desde el principio, porque la verdad no
está en él.” (Juan 8, 44).
Cuando Dios advierte al ser humano sobre la muerte,
no le está condenando al infierno, simplemente le está indicando cuál será la
consecuencia de su desobediencia, que podrá convertirse en algo peor que la
muerte biológica, porque con la muerte del cuerpo no termina todo, sino que el
alma se hunde en un sufrimiento inenarrable, cuando siente la pérdida del
cuerpo y del disfrute de todo aquello que amaba y poseía, y que ya no tendrá.
Eso acarrea un peligro de condenación que es la
segunda muerte, porque puede el alma en pena llegar a odiar a su Creador, si no
hay una esperanza, y es por esa razón que Jesús tiene que morir en la carne
como cualquier mortal para bajar al lugar de los muertos a predicarles y
anunciarles la salvación a esas almas cautivas, para que no pequen odiando al
Creador por su sufrimiento.
Por eso Pedro dice de Jesús que, luego de morir su
cuerpo en la cruz:
“Entonces
fue a predicar a los espíritus encarcelados; me refiero a las personas que se
negaron a creer en tiempos de Noé, cuando estaba por acabarse la paciencia de Dios
y Noé ya estaba construyendo el arca.” (1 Pedro 3: 19-20).
Esta es una de las formas en que es revelada la
existencia del purgatorio: la cárcel del relato es una clara referencia al mismo,
y las personas encarceladas, lo dice claramente, son aquellas que vivieron
hasta el diluvio y que no habían creído porque todavía no había sido dada la
promesa a Abrahán. A ellas se les predica porque no tuvieron la dicha de
escuchar la promesa de Dios ni su Evangelio, y tampoco estuvieron como los
ángeles disfrutando en el Cielo, sino que padecieron las privaciones y
vicisitudes de la vida terrena; por eso se les predicó en esa cárcel: para que
aceptaran con paciencia la privación de sus cuerpos como una forma de
purificación necesaria para ser salvados el día del juicio final, por la
misericordia de Dios, pues ¿para qué se predica si no es para dar una buena
nueva? ¿Por qué habría de predicar Jesús a los ángeles rebeldes si la escritura
dice que ya están condenados en el infierno y solo saldrán para que les
ratifiquen su condena, pues siendo perfectamente sabios se rebelaron y nunca se
arrepintieron ni pidieron perdón por su rebeldía, sino que persistieron en su
error?
Sobre eso dice la Escritura:
“Y a los ángeles que no conservaron su señorío
original, sino que abandonaron su morada legítima, los ha guardado en prisiones
eternas, bajo tinieblas, para el juicio del gran día. (Judas: 1: 6).
La morada legítima de los ángeles es el Cielo y el
cuerpo glorioso del cual salieron, sin autorización, para hacer el mal a la
Creación (como cuando Satanás se transformó en serpiente para tentar a la
mujer).
Algunos pastores sostienen que la predicación de
Jesús fue dirigida a esos ángeles caídos que están encarcelados hasta el juicio
final, ya que no se refiere a almas sino a espíritus. Pero sucede que
“Jesús no vino a hacerse cargo de los ángeles, sino de la raza de Abrahán.”
(Hebreos 2, 16), que somos los creyentes, pues él es el padre de los
que tienen fe, de manera que no fue a predicarles a los ángeles rebeldes, sino
a los difuntos.
Además, ¿para qué predicar a los ángeles caídos si
ellos ya están en el infierno? Sobre el asunto dice Pedro: “En efecto, Dios
no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los precipitó en el infierno y
los encerró en cavernas tenebrosas, reservándolos para el día del juicio.” (2
Pedro 2: 4).
Por eso los espíritus encarcelados de los que habla
Pedro en su segunda carta, son sin duda humanos que saldrán de la prisión del purgatorio
y resucitarán en cuerpo para el juicio final, junto con el resto de la
humanidad de todo pueblo, lengua, raza y nación, y serán juzgados en el amor,
porque no tuvieron oportunidad de escuchar el Evangelio.
La pregunta que surge al respecto es: y aun
recibiendo la buena nueva en el más allá, ¿cómo pueden salvarse estos, si ya su
actuación en el mundo terminó y nada pueden remediar? La respuesta es: mediante
el sufrimiento que soportan estando allí, porque ese es el fuego purificador,
de manera que viendo impotentes las consecuencias de sus actos, se purifican y
reparan lo malo que hicieron pidiendo constantemente perdón a Dios y orando por
nosotros y nuestra conversión. Esto es así porque Dios no vino a condenar sino
a salvar. No obstante, ese beneficio no será igual para todos, porque los que
hemos escuchado el Evangelio en vida y lo hemos desdeñado, como hicieron los
ángeles caídos, seremos juzgados con más rigor.
El purgatorio es necesario para que todas las
personas buenas y creyentes, que mueren con un pequeño pecado o defecto en su
conducta, no sean condenadas al Infierno, de donde no se sale, sino que entren
a la Jerusalén celestial porque Dios es justo y como “nada manchado
entrará en ella, ni los que cometen maldad y mentira, sino solamente los
inscritos en el libro de la vida” (Juan 21, 27), se justifica la
existencia de esa cárcel para ellos cuando tienen pecados leves que no ameritan
la condenación eterna, y con la única condición de estar inscritos en el libro
de la vida, es decir bautizados que practican el Evangelio.
Sería injusto que por una pequeña falta o descuido
no intencional, alguien fuera al infierno, cuando toda su vida fue un buen
creyente y únicamente falló en algo, poco antes de morir, y quizá por
distracción como nos sucede con todos los pecados veniales.
Por los que no se puede hacer nada es por los que
se condenan por ser malos y no creer en Dios. Por ellos es inútil toda obra.
Sin embargo, todos los que aún estamos vivos podemos coadyuvar para que sean
perdonados los difuntos creyentes que no pecaron por maldad sino por ignorancia
o debilidad. Mediante oración, podemos ayudarles a reparar sus faltas, y a
través de la caridad o las obras de amor al prójimo.
Para demonstrar esto, Jesús dice que sí hay perdón
para algunos pecados después de la muerte cuando afirma que “Al que
calumnie al Hijo el Hombre se le perdonará; pero al que calumnie al Espíritu
Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro.” (Mateo 12:
32), de manera que sí hay perdón para algunos pecados en el otro mundo
y por eso Judas Macabeo oró por sus soldados muertos en pecado de idolatría.
Sobre el tema dice la Escritura: “y le
pidieron que el pecado cometido fuera completamente borrado.” (2 Macabeos 12:
42)
“Luego
efectuó una colecta que le permitió mandar a Jerusalén unas dos mil monedas de
plata para que se ofreciese allí un sacrificio por el pecado. Era un gesto muy
bello y muy noble, motivado por el convencimiento de la resurrección. Porque si
no hubiera creído que los que habían caído resucitaran, habría sido inútil y
ridículo orar por los muertos. Pero él presumía que una hermosa recompensa
espera a los creyentes que se acuestan en la muerte, de ahí que su inquietud
fuera santa y de acuerdo con la fe. Mandó pues ofrecer ese sacrificio de
expiación por los muertos para que quedaran libres de sus pecados.” (2 Macabeos
12, 43-45)
Los protestantes consideran que los libros de los
Macabeos son apócrifos porque los judíos los eliminaron de su Escritura entre
los años 70 y 92, durante el Concilio de Jamnia en donde excluyeron además
otros libros de la Septuaginta.
¿Se han preguntado los evangélicos, por qué la
Sinagoga, iniciadora, incitadora y perseguidora del cristianismo primitivo y
responsables de la crucifixión de Jesús, y de miles de mártires cristianos, eliminaron
estos libros, justamente en la época en que estaban convirtiéndose más judíos
al cristianismo? La respuesta es sencilla: estos libros contribuían a
fundamentar el cristianismo que el Sanedrín o Sinagoga de Satanás perseguía a
muerte.
Eso fue en la época de los primeros mártires
cristianos descrita en la tradición y la historia del Imperio Romano y de la
Iglesia católica romana, que lamentablemente los protestantes no estudian
porque sus pastores, de lo prohíben, pues temen que sus feligreses descubran en
esta historia, cuál es la única y verdadera iglesia de Cristo, con todas sus
cualidades y defectos.
No olvidemos que la Septuaginta, versión completa
del Antiguo Testamento fue traducida por 70 sabios del hebreo antiguo al
griego, por órdenes de Tolomeo II, entre los años 285 y 247 a.C., para la
biblioteca de Alejandría y fue la versión oficial de la Sagrada Escritura usada
por Jesús y por todos los judíos de su tiempo hasta el año 70, y en ella
fundamentaron su predicación, tanto Él como sus Apóstoles, pues no había otra
Escritura sagrada a disposición del pueblo de Israel, ni estaba mutilada la
Escritura como lo están las biblias protestantes y la judía que aún hoy, no
tiene Nuevo Testamento, porque ellos rechazan a Jesús como Mesías e Hijo de Dios,
por lo cual es un error imitar sus acciones en materia de fe. Seguir al
judaísmo es ir en pos de la perdición.
Además, Pablo, el más prolífico y erudito de los
autores bíblicos dice que: “Toda la Escritura es inspirada por Dios y es
útil para enseñar, rebatir, corregir y guiar en el bien (2 Timoteo 3:
16). Y cuando dice “Toda”, se estaba refiriendo
claramente a la Septuaginta, de donde no han sido removidos los libros que
ellos llaman apócrifos.
A propósito de esto, algunos autores judíos y
protestantes, desde 1925, han determinado que el Concilio de Jamnia no se
efectuó, pero no explican cómo y por qué fueron eliminados estos libros del
canon judío, justamente por esos años; si allí estaban hasta esa época, como
está demostrado en los textos de ella que se conservan y de los que aún se
editan copias. Sin duda el Sanedrín, que sobrevivió a la destrucción de
Jerusalén, lo hizo para evitar que más judíos se hicieran cristianos.
Volviendo al debate sobre el purgatorio, dice
en el Evangelio de Mateo, que al siervo al que el Rey le había perdonado la
deuda y que no se la perdonó a otro, cuando lo supo lo castigó. Esto dijo
Jesús: “Así
pues, su amo lleno de enojo, le entregó a carceleros, hasta pagar todo lo que
debía”. (Mateo 18:34)
De este texto concluyen que hay un lugar
en el más allá del cual sí se sale, cuando se ha pagado el pecado cuya
reparación se debe. Ese lugar no puede ser el Infierno porque de allí, jamás se
sale, en cambio en la enseñanza de Jesús sí, porque fue encerrado “hasta
pagar todo lo que debía”.
También en la Primera Carta de Pablo a los
Corintios dice:
“Hay quien sobre el fundamento de la fe pone por materiales
oro, plata, piedras preciosas, es decir, obras perfectas; otro también hay que
pone maderas, heno, hojarasca, o sea, obras defectuosas. El que edificó del
primer modo recibirá la paga establecida; pero el que edificó del segundo modo
deberá padecer por ello; no obstante no dejará de salvarse, si bien como quien
pasa por el fuego”
(1 Corintios 3:12-15)
Pablo lo describe bien claro.
Se salvará el que haga las obras de manera imperfecta, pero pasando por el
fuego purificador que llamamos purgatorio.
Y en el capítulo 6 del Apocalipsis dice
al respecto.
“Cuando abre
el quinto sello, bajo el altar vio las almas de aquellos que habían sido
decapitados por causa de la palabra y a causa de la obra de testimonio.
Clamaron con voz fuerte, y decían… ¿Hasta cuándo Señor, Soberano, santo y
verdadero, te niegas a juzgar vengar nuestra sangre a los que viven en la
tierra?
Y se dio a
cada uno de ellos una ropa blanca, y les dijo que descansaran por un tiempo
más, hasta que contemplen también el número de sus oprimidos y de sus hermanos
que estaban por ser muertos como ellos”. (Apocalipsis 6:9-11)
Como podemos leer en este capítulo 6 del
Apocalipsis, Juan afirma que hay almas que están debajo del altar clamando
justicia. Por esa razón en todos los altares en donde se celebra el sacrificio
de la Misa, la Iglesia tiene depositadas las reliquias de algún santo.
Estas almas a las que hace referencia
Juan, no pueden ser las almas de los condenados al infierno, ya que los
condenados al infierno no claman justicia, sino que blasfeman contra Dios, ni
tampoco están disfrutando de la dicha del cielo sino lamentándose. Son, como lo
dice claramente, las almas de los mártires, pero se ve claramente que, aun así,
tampoco están en el cielo, como hemos dicho, porque están clamando venganza,
que es la palabra usada frecuentemente en la Biblia para referirse a la
justicia, a falta de una palabra que deslinde los campos semánticas de ambas
palabras, ya sea por inexistencia de la palabra justicia en aquellos tiempos, o
porque se consideraban sinónimas en el hebreo antiguo y en el griego en que
estaban al traducir los textos para componer la septuaginta, no se infirió esto
y se usó la misma palabra “venganza”.
A esas almas, se les da ropa blanca,
porque dieron testimonio, y quedan descansando. Este hecho es una forma de
mostrarnos que las mismas se han santificado. Pero, ¿por qué no están en el cielo,
si lo merecían? ¿Será porque están clamando venganza y por eso no son perfectas
y, por lo tanto, deben estar allí hasta que corrijan ese defecto? De ser así,
queda demostrado que, la sola fe no los envió al cielo directamente. ¿Los
salvó? Sí. Pero tuvieron que esperar bajo el altar, contemplando como
penitencia, cómo eran martirizados sus otros compañeros; en eso consistió su
purgatorio: en ver impotentes a los perseguidores martirizar a los demás
fieles.
En cambio Jesús, sí perdonó a los que lo
estaban crucificando, lo cual marca una gran diferencia. No obstante, esas
almas fueron revestidas de blanco y, desde ese momento quedaron descansando,
pero están o estaban esperando aún la entrada el cielo que, al parecer, solo
será al final de los tiempos cuando seamos juzgados en el amor, es decir por
nuestras obras de misericordia; mientras tanto se infiere que permaneceremos en
otro lugar: el purgatorio o el paraíso, que no es lo mismo que el cielo.
Con esto queda completamente demostrada, a
la luz de la fe en la Palabra de Dios, la existencia del purgatorio y de un
lugar de descanso y purificación plena, que no es todavía el cielo, porque nada
impuro puede entrar allí, y de un lugar de descanso que no es el cielo sino
quizá el paraíso o un sueño. Por eso Jesús dice de la hija de Jairo que no está
muerta sino que duerme, por eso no se contradijo ni mintió como sugieren
algunos despistados.
Volviendo al texto del Génesis, Dios no había
prometido el Cielo a la humanidad, porque sabía de antemano que le fallaríamos;
había creado el Edén, como un lugar de prueba en donde viviríamos eternamente,
si éramos capaces de rechazar el mal desde el principio, pero en su plan, no
revelado, tenía preparado un lugar en el cielo para cada uno de los que le
amáramos haciendo su voluntad, pues sabía las intenciones de Satanás y lo que
sucedería.
Satanás induce a la mujer a caer en el juicio
inicuo, ofreciéndole el conocimiento del bien y del mal para que pueda juzgar y
que eso la condene, de manera que Dios, que había dicho: “Dioses
sois” (Salmo 82,6) profetizará: “Pero
ahora como hombres morirán y como seres de carne caerán.” (Salmo 82: 7).
“Dijo entonces la
serpiente a la mujer: ¡Oh! Ciertamente
que no moriréis *. 5) Sabe, empero, Dios que en cualquier tiempo
que comiereis de él se abrirán vuestros ojos y seréis como dioses,
conocedores de todo, del
bien y del mal.”
Como lo habíamos anotado, la manera como responde
la Serpiente a la mujer es la perversa metodología de introducción de las
ideologías, que parten de una mentira que se sustenta en premisas verdaderas,
para que las personas crean que toda esa mentira es verdad, de manera que todos
los postulados que se añaden después, aunque falsos, son aceptados como
verdaderos, porque están sustentados en una premisa cierta.
En efecto el ser humano llegará a conocer el bien y
el mal, y eso le permitirá juzgar, lo cual es una prerrogativa exclusiva de Dios.
Pero no la podrá ejercer con justicia como lo hace Dios, porque el humano está
limitado por su ser material, de manera que no podrá sopesar con justicia sino con
base en su subjetividad y egolatría. Tener el poder de juzgar será causa de la
condenación, porque sólo Dios tiene la potestad de hacerlo. Por eso dice el
Señor: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el
juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será
medido. (Mateo 7: 1-2).
Entonces el pecado se origina en la pretensión, no
de ser santos como Dios, sino en la de pretender ser dioses para juzgar y
condenar a los demás, y también en codiciar el poder de Dios. Ahí tenemos
juntos tres pecados: la codicia, la avaricia y el orgullo que inclinan a la
búsqueda del poder para juzgar lo bueno y lo malo, lo cual nos convierte en
jueces o fiscales, para hacer el oficio que escogió Satanás: ser el acusador de
los demás. A este se añaden la codicia y la envidia que es querer tener lo que
no nos pertenece y que es un privilegio exclusivo de Dios.
Sobre la función de acusador o fiscal que
atribuimos a Satán, y que quisimos obtener en el Edén, al ambicionar el
conocimiento del bien y del mal, la podemos hallar en el libro de Job, cuando Dios
lo exalta y Satán responde: “¿Acaso Job teme a Dios sin interés?”
(Job 1: 9) En ese y otros textos se demuestra que es el fiscalizador
y acusador, pero que detrás de la acusación está la envidia por no poder ser el
juez.
Continuemos estudiando los siguientes versículos
6 Vio, pues, la mujer que el fruto de aquel árbol era bueno para comer, y
bello a los ojos, y de aspecto deleitable: y cogió del fruto, y lo comió: dio
también de él a su marido, el cual comió.
El conocimiento del bien y del mal, que en últimas
es la ética y la moral, es representado como un árbol porque también tiene una
raíz que permanece oculta y que está arraigada en lo terrenal, es decir en lo
mundano, en el materialismo. Esa raíz es el orgullo y la pretensión de
autosuficiencia humana que desdeña lo trascendental y circunscribe la moral y
la ética al plano de lo práctico y lo conveniente para la defensa de las
libertades humanas y el desarrollo de cada actividad, disciplina o ciencia, en
favor de intereses particulares y no del bien común.
En efecto, sopesar el bien y el mal remplazando a Dios,
es usurpar su lugar y es un pecado en la medida en que se funda en orgullo,
envidia, avaricia y soberbia, que nos lleva a creernos con autoridad para
juzgar y condenar, lo cual nos implica en el delito de la injusticia, de suerte
que nos atrevemos a crear y suprimir derechos y nuevas leyes, sin tener en
cuenta la ley natural, que es la de Dios, hasta el punto de llegar a considerar
un crimen de lesa humanidad, como un derecho, y me refiero específicamente al
aborto, a la eutanasia y demás formas de aplicación de la política eugenésica
del Nuevo Orden Mundial (NOM), que solo busca con ello controlar y reducir el
crecimiento poblacional bajo el argumento del agotamiento de los recursos,
cuando sabemos que la tierra está programada por Dios para ser auto-sostenible,
con o sin intervención humana, y que la reducción de la población solo sirve
para favorecer intereses políticos y económicos de la élite mundialista.
La consecuencia de la injusticia es la muerte,
entendida como la condenación eterna, porque el que actúa fuera de la Ley de Dios,
ya está condenado como el que juzga, injustamente, pues también será juzgado,
con el mismo rigor con el que juzga. Incluso juzgar a Satán por ser el fiscal
del mundo no nos corresponde, de manera que aquí simplemente describimos sus
acciones que Dios ha juzgado ya, pues en eso pecó aquel ángel, que no cumplió
su labor; labor que no era necesaria, porque al Omnisciente le sobra un fiscal,
pues todo lo ve y todo lo sabe y por eso los santos juzgarán a los ángeles y al
mundo. Lo afirma San Pablo: “¿No saben que juzgaremos a los ángeles?
¿Y por qué no entonces, los problemas de cada día?” (1 Corintios 6, 3) Esto
para que los sacerdotes pudieran resolver los problemas cotidianos, no juzgando
a las personas sino sus acciones, para animar a corregirlas. De igual manera,
en este libro estamos juzgando, no a las personas en particular sino a las
acciones que podemos estar ejecutando, con el fin de hacer un llamado a
corregirlas.
Volviendo al texto, las ramas del árbol simbolizan
la moral y la ética aplicada a todas las ciencias humanas que buscan
sostenernos o justificarnos en el mundo terrenal, desechando lo espiritual en
un juego de palabras y razonamientos, para prescindir de Dios, creando tantas
ideologías, filosofías, tendencias, corrientes, escuelas, analogías o logos
como sean necesarios para endiosar al hombre manipulando el phatos[1] para
autorizar y justificar malas acciones.
El tallo es la representación de la soberbia del
saber que se alza arrogante para demostrar al mundo cuánto podemos con el
razonamiento y ella extiende los brazos para abarcar todo conocimiento. Bajo
esta premisa, todas las ciencias deben tejer un discurso ético y moral que es
un anhelo de poder a través del saber, justificado solo en lo humano, por lo
cual la religión es relegada de las aulas y separada de los poderes terrenales
que han querido exiliar a Dios hasta de sus templos y de la conciencia humana.
En efecto, el hombre ha puesto en lugar de Dios a la
bioética para pecar contra la naturaleza y justificarlo todo, poniéndose en el
lugar de Dios como los magistrados que aprueban las leyes del aborto, la
eutanasia, y los mal llamados: matrimonios igualitarios, entre otras anormalidades
y aberraciones, que no justifican con la razón sino con la falacia de la
emocionalidad y la sensualidad, que son dos condiciones que limitan la
capacidad de razonar, porque anteponen el sentimiento y la opinión al
raciocinio, y he ahí la falacia que yace en el núcleo de la teoría de la
“inteligencia emocional”, que es solamente la denominación de la manipulación del
individuo, por medio del afecto.
Las hojas que crecen sobre esas ramas son ese
discurso filosófico, ético y moral de cada disciplina, plasmado en los libros,
y entre esas hojas está el fruto que creemos nos permitirá ser como Dios en el
conocimiento del bien y del mal, para crear una civilización a nuestro acomodo
en donde primen los derechos individuales sobre los deberes individuales y
colectivos, y en donde podamos argumentar toda forma de violación de los
derechos fundamentales de los demás, desconociendo por ejemplo el derecho a la
vida de un embrión humano, que ya es una persona, el derecho a la vida de los
ancianos, por considerarlos una carga social, el derecho de los niños a tener
un ambiente integralmente sano y un hogar conformado por padre y madre, para
implantar la homosexualizante agenda de género, etc.
Esos frutos del razonamiento humano nos hacen creer
que podemos prescindir de Dios, no solo para actuar, juzgar y condenar a
nuestro antojo, sino también para legislar a nuestro antojo, y de ahí que
muchos niegan a Dios para poder afirmar esos saberes, y poder ponerse por
encima de Él. Así establecen normas y leyes, escritas por una élite incrédula,
que por ser elegida a base de manipulación y delitos electorales, como la
compra de votos, por un pueblo, mayoritariamente ignorante, le atribuimos el
poder de ser: la voz de Dios. Pero “¡Ay
de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz
tinieblas, y de las tinieblas luz; que tornen de lo amargo dulce, y de lo dulce
amargo!” (Isaías 5, 20)
Lo deseable del árbol que es su fruto representa
esa tentación de poder. ¿El poder para qué? Sin duda la respuesta a ese viejo
interrogante es siempre la misma: para hacer lo que nos place, sin importar el
otro, porque el poder nos encumbra a una posición ventajosa y privilegiada
frente a los demás: nos hace dioses.
Ese fue el fruto que la serpiente ofreció a Eva, y
su pecado fue codiciarlo, tomarlo y comerlo en vez de creerle a Dios. Podríamos
decir en favor de la mujer y del hombre, que antes de probar ese fruto, como no
conocían el bien ni el mal, eran seres inocentes y amorales, y por lo tanto no
tendrían la culpa de su primer pecado, de manera que querer ser como Dios y
desobedecerle solo fue un pecado venial de codicia o una inocentada que se hizo
grave con lo que hicieron después, cuando ya tenían el conocimiento del bien y
del mal, porque ya poseyendo esa capacidad de discernir cometen más pecados y
van conformando la enorme cadena de pecados que agobian a la humanidad desde
ese día. De todas maneras, el propósito del relato que es develar el origen del
pecado, está muy claro: no creerle a Dios y permitir que entrara la muerte en
el mundo para el caso del relato y en nuestras vidas para cada caso particular,
por codicia, envidia y orgullo.
Así fueran criaturas amorales, Adán y Eva sabían
que comer el fruto era malo, porque Dios les había dicho que eso les traería la
muerte. A la mujer, a quien identificamos como la criatura más susceptible, no
le importó y aceptó el mal, despreciando la vida eterna que le había sido dada.
Cuando sucede, siente el miedo propio del
remordimiento y para no estar sola en su aventura le da a comer del fruto al
otro, para corresponsabilizarlo. Muchos hacemos eso porque cuando caemos,
generalmente arrastramos a más personas a hacerlo, porque creemos que si muchos
lo hacen, el mal se convierte en algo bueno. Por eso es tan importante para el
NOM el apoyo financiero, logístico y mediático a las “marchas del orgullo gay”,
para crear la sensación de que las conductas sexuales depravadas son deseables
y buenas, con lo que corrompen a los niños que no pueden argumentar ni
defenderse frente a este monstruo que les obligan a mirar desde los noticieros.
Continuando con nuestra interpretación, en el
momento de la caída, la criatura más proclive, que era Eva, comete un cuarto pecado, más grave que los
tres anteriores, porque hace caer al otro. El pecado del más fuerte,
representado en el hombre, que es el mayor, consiste en no mantener su posición
y poner a la criatura, supuestamente más débil, por encima del Creador. Declinó
su autoridad por antigüedad a la de su mujer.
Para el ejemplo bíblico se asume que quizá
cautivado por la belleza de su mujer, a quien no quería negarle nada, el hombre
peca. Y en toda la historia de la humanidad se repetirá esta escena con cada
hombre que se deja seducir por la belleza de la mujer y es complaciente con
ella, poniéndola por encima de Dios, pero también sucederá al revés, cuando sea
el hombre quien con palabras dulces conduzca a la mujer al pecado. Esto nos
recuerda la escena ridícula del hombre, pidiendo de rodillas la mano a su
novia, cuando nunca se postra ante el tabernáculo para hacer oración o para dar
gracias y reconocer la presencia de Dios en la Eucaristía.
Lo de Adán prefigura el pecado típico de los que
seducidos favorecen a la bella y son injustos con los demás, incluso consigo
mismos, cediendo a sus caprichos. Un ejemplo claro y actual de los que
arrastran a los demás al pecado es el de la propaganda en favor del aborto a
través de la promoción de los llamados “Derechos sexuales y reproductivos”
entre los que está el aborto, o del derecho al matrimonio y a la adopción para
parejas LGTB, que amenaza perpetuar la perversión sexual como forma de
reducción y eliminación de la humanidad.
Adán no se pregunta sobre las consecuencias de
comer el fruto y Eva, que ya lo ha probado, tampoco se lo advierte, de manera
que él come con confianza, al notar que ella ha comido y no ha muerto como Dios
les había advertido que ocurriría. Quizá no sabían de los efectos retardados de
muchas malas acciones. Dios medirá sus responsabilidades compartidas y hará lo
conveniente, en cuanto ellos expliquen su actuación.
Dos seres inocentes que no veían en la
desobediencia un pecado, sino un gesto natural, quedan sorprendidos al probar
el fruto. Esto es una imagen de lo que será la historia humana. A lo largo de
la misma, los seres humanos pecaremos más por una sola razón egoísta: la
codicia y el deseo de ser Dios para ser felices, dándonos nuestras propias
leyes, de manera que seducidos por la libertad, el poder y el placer,
quedaremos convertidos en esclavos de estos tres sofismas, y condenados a la
segunda muerte.
7 Luego
se les abrieron a entrambos los ojos: y como echasen de ver que estaban
desnudos, cosieron o acomodáronse unas
hojas de higuera, y se hicieron unos delantales o ceñidores.
Descubrir que estaban desnudos no hace referencia solamente
a la desnudez del cuerpo sino también a la del alma que ha pecado, pues la
desnudez del cuerpo es natural aún en algunas tribus muy primitivas de África y
América del Sur.
Eso no quiere decir que el pudor no sea una
característica propia de los hijos de Dios. Pero aquí se trata más bien de la
voz de la conciencia que nos dice que actuamos mal y que Dios podrá ver en
nosotros ese pecado, porque nuestras almas están desnudas frente a Él. Los
taparrabos son las disculpas y evasivas con las que pretendemos argumentar o
tapar nuestras faltas ante Dios y que no nos cubrirán la intimidad, porque Él
lo ve todo.
El libre albedrío, el libre desarrollo de la
personalidad, lo normal, la tolerancia, el ejercicio de los derechos humanos,
el falso derecho a decidir sobre mí cuerpo, que no es sino el de asesinar al
más indefenso, etc., que van en contravía con la voluntad de Dios, son
expresiones de esa actitud de pretender cubrir con taparrabos la vergüenza de
estar en pecado, la vergüenza de llamar mal al bien y bien al mal y, como
consecuencia, el rebelde ya no se cubrirá como hicieron Adán y Eva, sino que
saldrán a mostrar su desnudez al mundo en las marchas feministas y del orgullo
gay.
8 Y
habiendo oído la voz del Señor Dios que se paseaba en el paraíso al tiempo que se levanta el aire
después de mediodía, escondióse Adán con su mujer de la vista del Señor Dios en
medio de los árboles del paraíso.
¿Cómo puede Dios pasearse por un lugar si su
grandeza no lo permitiría? Elemental: Dios lo puede todo. Incluso tuvo una
madre humana para encarnarse en un cuerpo biológico. Quien se pasea por el Paraíso
es el Hijo que tiene la prerrogativa de materializarse en el mundo sensible,
sin que por esto se desintegre su unidad con el Padre y el Espíritu Santo. Por
eso a los judíos “Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo que antes de que Abraham
naciera: Yo Soy” (Juan 8:58)
Continuemos
“Entonces el Señor Dios llamó
a Adán y díjole: ¿Dónde estás?”
Algunas personas dicen que si Dios es omnisciente,
¿por qué no sabía en dónde estaba el hombre? ¿Por qué no impidió que ocurriera
aquello? ¿Acaso no lo vio? En efecto, Dios lo sabe todo, porque todo lo ve desde
la eternidad, o sea fuera del límite de nuestro tiempo y espacio, y ve simultáneamente
y de manera integral: antes, durante y después de que sucedan las cosas. Pero Dios
había decidido dar libertad plena al hombre para que actuara como quisiera, y
por eso se había negado a sí mismo la posibilidad de ver lo que ocurriría.
El hombre y la mujer sabían que Dios no los estaba
mirando porque conocían que Él les había dado la libertad y que estaba
respetando su intimidad y su voluntad. Dios habría “apagado las cámaras del reality”, para decirlo de una manera
coloquial, pues no esclaviza a nadie y por eso nos deja actuar como queremos.
Su principio de no intervención es por simple
respeto a nuestra libertad e intimidad. Libertad e intimidad que nos dio desde
el principio porque si no sabíamos manejarla, ¿cómo íbamos a merecer el cielo y
la eternidad y cómo podríamos reclamar justamente, si no nos hubiera dado esa
oportunidad?
También sabía por qué el hombre pretendía
esconderse de Él, pero no se lo dejó saber para que el hombre no se cohibiera y
pudiera actuar libremente. El Dios que se pasea por el jardín es el Hijo, es
decir Jesús, quien se ha hecho cuerpo para caber en el diminuto mundo material.
Por eso Jesús afirmó: “Antes que Abraham naciera, Yo soy”
(Juan. 8:58). Sin embargo, no estaba en el cuerpo de
carne que tuvo cuando se encarnó en María Santísima, sino en el cuerpo glorioso
que fue ha sido, es y será por los siglos, si así lo quiere.
10 “El
cual respondió: He oído tu voz en el paraíso: y he temido y llenádome de vergüenza porque
estoy desnudo, y
así, me he escondido.”
Si Adán oyó los pasos de Dios, es porque Dios no
estaba en espíritu sino en cuerpo. El miedo por la desnudez simboliza el
remordimiento y la certeza de no poder mantener en secreto la falta frente a Dios,
porque frente a Dios no podremos mentir.
11 Replicóle:
Pues ¿quién te ha hecho advertir que estás desnudo, sino el haber comido del
fruto de que yo te había vedado que comieses?
Dios no ignoraba la respuesta; estaba probando la
sinceridad del hombre.
12 “Respondió
Adán: La mujer que tú me diste por compañera, me ha dado del fruto de aquel
árbol, y le he comido. 13) Y dijo el Señor Dios a la mujer: ¿Por qué has hecho
tú esto? La cual respondió: La serpiente me ha engañado, y le he comido.”
Las justificaciones de Adán y Eva son inadmisibles,
porque cada cual es responsable de sus pecados. Ambos estaban advertidos, pero
Adán se atreve a culpar a Dios, porque al culpar a su mujer, está insinuando
que si Dios no le hubiese dado esa compañera, con seguridad no habría pecado;
nosotros lo hacemos con frecuencia: culpamos a Dios de todo y eso es un pecado
contra Él, que es necesario confesar y reparar con penitencia y oración.
Cada uno es responsable de lo que hace, no es otro
el que tiene que pagar la falta que uno comete. Adán y Eva no han mentido, pero
han tratado de culpar al otro y en ese momento han actuado como Satán, el
acusador y eso es lo que desagrada a Dios: ya se parecen al diablo.
Ellos más bien debieron ser humildes y pedir
perdón, pero no hubo un solo intento por hacerlo, porque el orgullo no se los
permitió; solo quisieron justificarse, y el nuevo pecado de Adán fue culpar a Dios,
cuando señaló a la mujer que Dios le dio y que lo sedujo. Lo que los salva de
ser condenados al infierno, de una vez, es que no conocían el Cielo y aunque
hablaban cara a cara con Dios, tampoco tenían aún el discernimiento, poder y
sabiduría de los ángeles.
Adán y Eva pecaron contra el primer mandamiento, él
por culpar a Dios y ambos por desobedecerle y sentir envidia de su poder.
Pecaron contra el tercero porque habían aprovechado
el día de reposo del Señor para pecar; eso se infiere porque si el Señor no
estaba en el Edén, estaría descansando, de donde se deduce que aquello ocurrió
un sábado, y no santificaron ese día.
Pecaron también contra el cuarto mandamiento porque
no honraron a Dios, su Padre al faltarle y ser desleales.
Pecaron contra el quinto mandamiento, porque al
comer el fruto prohibido se condenaron a morir, despreciando así el regalo de
la vida que Él les había dado. En este caso, fue más grave el pecado de Eva,
porque sabiendo que moriría, le dio a su esposo, haciendo que él también
quedara condenado a morir.
Pecaron contra el séptimo mandamiento porque
hurtaron un fruto que no les estaba permitido tomar; Dios les había prohibido
incluso tocarlo.
Y pecaron contra el décimo mandamiento porque
codiciaron el bien y el poder de Dios, de discernir ente el bien y el mal, y
sus demás poderes que la serpiente les había prometido: “Seréis como Dios”.
La maldición de la serpiente
14 “Dijo
entonces el Señor Dios a la serpiente: Por cuanto hiciste esto, maldita tú eres
o seas entre todos
los animales y bestias de la tierra: andarás arrastrándote sobre tu pecho, y
tierra comerás todos los días de tu vida.”
Por la forma en que está traducido y en que fue
escrito, parece que Dios maldice, pero tal vez sea una manera de expresar y
nada más, porque creemos que Dios no maldice a nadie ya que por su naturaleza
Él es la plenitud del poder, del amor, la pureza y la santidad. En realidad lo
que hace es declararle a Satanás, el castigo que se ha ganado, como
consecuencia de su mala acción. Cuando dicen que maldijo a la higuera, fue
igual, simplemente quiso mostrar a sus apóstoles, una vez más, dos realidades
eternas: el poder de su palabra, como preparación para el momento en que
convertiría el pan y el vino en su cuerpo y sangre, y para mostrarles cómo todo
el que no dé frutos, después de un tiempo, se secará y morirá, lo cual es una
prefiguración de la condenación.
En ese momento el que había sido puesto como
guardián del paraíso, pierde su calidad angélica y queda sujeto a la de un ser
viviente, en cierto sentido inferior a los animales, porque ha seguido el
instinto y no la sabiduría. Arrastrarse en el vientre y comer el polvo, es
tener los apetitos terrenales tan despiertos que no hallará el deleite en los
bienes espirituales. Comer polvo es tener siempre sed y no poder mitigarla.
15 “Yo
pondré enemistades entre ti y la mujer, y entre tu raza y la descendencia suya:
ella quebrantará tu cabeza, y tú andarás acechando a su calcañar.
La enemistad eterna entre la mujer y la serpiente
alude a la lucha de Satanás contra la natalidad pues la mujer es la fuente de
la vida que la Serpiente desea exterminar, porque en sus entrañas se forman los
hijos de Dios.
Buscará, a través de sus seguidores, la manera de
hacerla caer en el hedonismo y la asechará una y otra vez para destruir su
feminidad e instinto maternal, para que odie su condición y considere al
matrimonio y a sus hijos como un lastre para su libertad y desarrollo personal.
Todo intento de rebelión desatará contra ella todas
las formas de violencia: la esclavitud sexual y laboral, el machismo misógino y
discriminatorio, el abuso, la humillación y el desconocimiento de sus derechos
fundamentales. Esto con el oscuro propósito de producir la rebelión de la mujer
para destruir a la familia; plan masónico que está en curso y que se evidencia
en los llamados “Derechos humanos,
sexuales y reproductivos”, en el “feminismo
radical”, en la “Ideología de género”
que son los temas alrededor de las cumbres de mujer y población, en donde
se les alienta a negar y rechazar la maternidad y el matrimonio canónico
indisoluble como un mal.
Ese plan satánico del NOM, está muy claramente
definido en el objetivo 5, de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS),
llamado “Igualdad de género” de la
agenda 2030 de la ONU, en donde manifiestan los representantes de los
gobiernos, su voluntad de empoderar a la mujer, lo cual significa al mismo
tiempo destinar al varón a ser privado de sus derechos, porque de lo que trata
este objetivo es de imponer la ideología de género en donde el varón y la mujer
heterosexuales son relegados poco a poco, frente a las personas que han
escogido alguna de las 112 conductas, preferencias sexuales y formas de vida,
en donde están absolutamente incluidas todas las parafilias y aberraciones
sexuales, implícitas en la palabra “género”. Para lograrlo acuden a la
combinación de todas las formas de lucha, incluido el lenguaje inclusivo, y
redactan leyes mordaza, mediante las cuales impiden que la sociedad se oponga,
porque al que alza la voz contra la imposición de la educación
homosexualizante, de la agenda de género, llamada eufemísticamente, “inclusiva”
o “con enfoque de género”, le tildan enseguida de “machista”, “misógino” y
“homófobo”.
Pero volviendo al versículo que nos ocupa, hay algo
mucho más importante en este versículo y es la revelación de una mujer en particular,
cuya descendencia aplastará la cabeza de la serpiente. La prueba irrefutable de
que esta mujer es la Virgen María nos la da el propio Jesús que nunca la llamó
madre sino “mujer”, no porque no la reconociera como su madre, con lo cual
habría pecado contra el cuarto mandamiento al no honrar a su madre, sino porque
así nos enseñaba que ella es la mujer anunciada en este versículo, y cuya
descendencia aplastará la cabeza de la serpiente. Para su desgracia, los
protestantes lo no interpretan así, sino al contrario: dicen que ella no es
madre de Dios, sino que fue usada por Dios para cumplir la misión de traer al
mundo al Salvador y nada más; como si Dios fuera esa clase de personas que
alquilan vientres.
La descendencia de la mujer, es Jesús que vence en
la cruz, pero también todos los que, como el apóstol San Juan, al pie de la santa
cruz, la acogemos en casa como nuestra madre. Quienes la rechazan no son su
descendencia, así sigan las demás enseñanzas de Jesús, lo cual, en realidad, no
hacen, y por lo tanto en nada contribuirán a aplastar la cabeza de la serpiente,
porque solo buscan salvarse por la fe.
Recordemos que a Jesús le ayudó a cargar la cruz
Simón de Cirene, así fuera obligado. Por eso es necesario que contribuyamos a
nuestra salvación tomando la cruz como Jesús y como Simón de Cirene. Por eso “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue
con su cruz y me siga.” (Mateo 16:24) ¿Se
entiende por qué algunos rechazan la cruz y las imágenes que recuerdan la
pasión en sus iglesias y no llevan la cruz ni siquiera en una cadena y rechazan
la que deben tomar cada día, porque consideran como bendición la riqueza y la
prosperidad material?
Ellos nunca harán lo que deben hacer todas las
generaciones de los hijos de María, y por eso no la felicitan, si lo fueran lo
harían, para conseguir ese triunfo que ella misma, llena del Espíritu Santo anuncia
delante de Santa Isabel al proclamar: “Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lucas 1:48).
Está claro que la felicitamos porque Dios la ha convertido en su madre, y no
porque la consideremos una diosa o alguien igual a Dios.
Cuando se dice que la serpiente asechará el
calcañar de la mujer, hace referencia a la persecución del demonio contra los que
reconocen como madre de Dios a la Virgen María, ya que la función del calcañar
es la de servir de apoyo a los pies. Por eso son atacados con tanta ira los que
veneran a la Virgen María, porque con sus oraciones luchan a su lado contra el
maligno en el mundo. Eso atormenta a satanás porque ella ha sido puesta por
encima suyo como la reina de los ángeles y del mundo sobrenatural.
Lo que la convierte en la mujer que aplastará a la
serpiente es su humildad y obediencia a la voluntad de Dios, pues no le importó
arriesgar su vida con tal de dar a luz al Salvador del género humano, pues
estando casada y sin haber convivido aún con su esposo, aceptó la voluntad del
Señor de quedar encinta, pese a que si se sabía su estado sería lapidada hasta
morir. María entregó su vida a la voluntad de Dios, renunciando a sus propios
anhelos y lo mismo haría San José, el hombre escogido para proteger a Dios
hecho hombre, en su infancia y adolescencia.
El ángel nos deja clara la inmaculada concepción de
la siempre Virgen María, cuando la saluda como solo se saludaba a los soberanos
y como solo se saludaría a una criatura concebida sin pecado original.
Por eso dice el texto: “Y
habiendo entrado el ángel adonde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de
gracia, el Señor es contigo: bendita tú eres entre todas las mujeres. (Lucas
1: 28) El
saludo “Dios te salve” (en latín “Ave”), solo era permitido para
saludar al emperador romano.
No será igual cuando los ángeles saluden a otras
personas; les dirán simplemente “Shalom”,
pero como el salve es solo para saludar a un soberano, significa que María es
reconocida y felicitada de antemano como la reina de los ángeles. Eso no admite
discusión, porque una cosa es ser reina y otra ser diosa, y nadie ha dicho que
ella sea diosa o considerada con tal, aunque es la madre de Dios (theotokos).
Si María ha estado siempre llena de gracia sin
haber recibido el bautismo, es porque así fue concebida, pues todavía no había
bautismo (Juan el Bautista estaba aún en el vientre de Isabel), y la gracia
solo se obtiene por medio del bautismo, y si se conservó en estado de Gracia es
porque además nunca pecó y como dice el verso en griego, nunca perderá esa
condición. Eso hizo posible que el Señor estuviera con ella y pudiera
encarnarse en ella. Su sangre humana alimentó al cuerpo de Jesús y es la misma
que Él derramó en la cruz.
Quien discuta esta la traducción probablemente
ignora las acepciones del griego que dejan bien clara la condición permanente
de gracia de la Santísima Virgen María. Sobra decir que Dios no podría haberse
encarnado en una persona con algún grado de impureza, porque como Él mismo
afirmó: “un árbol bueno no puede dar frutos malos, como tampoco un
árbol malo puede producir frutos buenos.” (Mateo 7: 18). Por tanto, si
Jesús es Dios, como lo hemos confirmado en versículos anteriores, ¿en qué
cabeza cabe que pudiera haber escogido por madre suya a alguna criatura
imperfeta? ¿Habría dado un fruto bueno un árbol con algún mal? Otra cosa es que
Jesús sí haya compartido con toda clase de personas pecadoras, pero no nacería
de una de ellas.
El castigo de la mujer
16 Y el Señor Dios dijo a la mujer: “Multiplicaré los sufrimientos
de tus embarazos; darás a luz a tus hijos con dolor. Sentirás atracción por tu
marido, y él te dominará”.
Biológicamente no es posible negar que todas las
mujeres padecen al dar a luz a sus hijos, no así la inmensa mayoría de las
hembras de especies animales que no necesitan hospitalización y que pueden
incluso huir de sus predadores minutos después del parto. Eso muestra que sí
fue posible que la mujer tuviera esas mismas prerrogativas. También se ha
demostrado que sí es viable el parto con menos dolor, pero se requiere de larga
preparación y acondicionamiento físico.
En cuanto al dominio del hombre hacia la mujer, es
algo que se ha verificado a lo largo de la historia humana. Primero se ha
impuesto por la fortaleza física y la violencia, sometiendo a la mujer que
llegó a convertirse en víctima del machismo, hasta el punto de que en muchas
culturas y aún en la actualidad sea objeto de compra-venta y no se respeten sus
derechos como es el caso de las mujeres talibanes y musulmanas en varios países
de Asia y África, y entre las indígenas de algunas etnias de Suramérica.
Pero al producirse los movimientos de liberación
femenina en occidente, en la década del 60, la pretensión de la mujer de pasar
por alto este castigo anunciado le ha significado llegar a condiciones quizá
peores. Hoy la mujer sigue siendo discriminada: se la ve solo como mercancía u
objeto sexual que lucha por no perder ese único valor, destinando todos sus
esfuerzos y recursos a la moda y la belleza por el placer y la vanidad, sin
poder impedir el paso inexorable del tiempo que acabará con eso, tarde o
temprano, y aun sabiéndolo, se hace esclava de ese demonio de la vanidad.
Esto sucede porque cuando la mujer se rebeló y
quiso ser igual al hombre, además de salir a ganarse el pan como el hombre,
tuvo que enfrentarse a peores, cosas: el acoso sexual y laboral de jefes y
compañeros, la explotación e imposición de obligaciones como la moda, la sana
alimentación y la anticoncepción, cuyas consecuencias hormonales son desórdenes
que se evidencian fácilmente como la obesidad, irritabilidad, mal aspecto,
pérdida del atractivo y del deseo sexual, y otros problemas de salud, entre
ellos el cáncer de útero y de seno por el uso de la Depo-provera
Las obligaciones hogareñas, lejos de disminuir
aumentaron para la mujer. Ella sale del trabajo agotada a responder por lo
doméstico, con el agravante de no contar con el apoyo del esposo porque su
deseo de libertad les ha hecho prescindir de ellos o ellos han decidido irse de
la casa por conflictos de autoridad, debidos a la competencia entre los dos,
que es la causa real de la disolución de la mayoría de los matrimonios. La
independencia lleva implícitos el abandono y la soledad, de manera que las
mujeres se ven solas, criando hijos a edades avanzadas, o nietos, siendo muy
jóvenes, y aunque las leyes buscan apoyarlas, la falta del varón en la casa las
hace vulnerables al abuso, al irrespeto, y a la explotación. Su ausencia del
hogar, por los compromisos laborales, las convierte en jóvenes abuelas o en
madres de hijos descarriados que buscan la droga, el sexo ilícito y llegan
incluso al suicidio por falta de guía y de una figura paterna que les dé
seguridad y un principio de autoridad. Como daño colateral, la liberación de la
mujer ha hecho que los hombres ya no las aprecien como antes. Ya no son
frágiles, y, por lo tanto, no necesitan protección, de manera que abandonar a
una mujer ya no causa remordimiento. En consecuencia, la inmensa mayoría de los
hombres busca la unión libre para huir del compromiso, pues, además, el
matrimonio con una mujer liberada, no vale la pena, por esas nuevas condiciones
impuestas por el liberalismo y el feminismo, que siembran en el varón la duda
acerca de la paternidad de sus hijos en la que ya no se puede confiar, mientras
no se cree una ley que obligue al examen de ADN que coadyuvaría a mejorar la
fidelidad y obligaría a los hombres a responder por todos sus hijos.
La misma ciencia y la sociedad de consumo se vuelven
contra la mujer y la convierten en esclava de las apariencias, de la belleza
física y dependientes del sexo, quizá más que los hombres, porque las
industrias de la moda, la belleza y las farmacéuticas, a través de los lobbies LGTB
y de las ONGs, de Derechos Humanos en la ONU, se encargaron de convertir al
sexo en un derecho fundamental, ampliamente difundido por los medios de
comunicación y las agencias de publicidad, que lo convirtieron en un producto
de consumo de primera necesidad, susceptible de innovación, para vender
anticonceptivos y otros productos desarrollados por la próspera industria de la
perversión (los juguetes sexuales).
La respuesta de Dios para el sufrimiento de la
mujer, esclava del deseo, está en María, la mujer que con su pureza, aplastará
la cabeza de la serpiente. La manera de hacerlo es siguiendo su ejemplo. En
efecto, la única forma en que la mujer puede ser libre realmente es preservando
su virginidad, como la Virgen María. Eso aplica también para los hombres, dado
que quien no conoce las relaciones sexuales, no se hace esclavo de la lujuria
que es uno de los peores demonios, el más asesino, esclavista y atormentador de
las almas y el que tiene mayor capacidad de seducir, esclavizar y llevar a la
condenación, ya que, arrepentirse de los pecados relacionados con el sexo es
bastante difícil, si no imposible, y si se cae en la promiscuidad, éste llega a
ser el principal pecado de condenación, junto con el del homicidio al cual está
ligado, dado que cada acto sexual involucra la vida de un ser inocente que
muere cuando se usa algún método abortivo como lo son casi todos, y resarcir el
daño de una muerte, es muy difícil sin penitencia.
El castigo del hombre
17 Y
dijo al hombre: “Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que yo te
prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu
alimento todos los días de tu vida. 18 Él te producirá cardos
y espinas y comerás la hierba del campo.19 Ganarás el pan con el
sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado.
¡Porque eres polvo y al polvo volverás!”.
Vemos que no es Dios quien maldice al hombre ni a
la tierra, sino que son las acciones del hombre las que producen ese efecto. La
condena a trabajar para conseguir el sustento, hasta la muerte, hoy la
comparten el hombre y la mujer. Ella, por soberbia al haber querido ser igual
al hombre, rechazando la sumisión a su marido, ha conquistado para sí la maldición
de tener que trabajar como él, en la misma medida en que la ciencia ha
disminuido los trabajos de su embarazo y los dolores de su parto.
A ambos les aguarda la muerte que no hubieran
conocido si se hubiesen mantenido fieles a Dios. Pero el plan de Dios no es que
ellos mueran para siempre. Conocerán la muerte física pero no la del alma. Sus
almas sufrirán mientras no puedan recuperar sus cuerpos que se harán polvo,
pero serán rescatadas por Jesucristo en la Cruz, porque él pagará con su propia
sangre la pena de los pecados de todos los hombres y mujeres de todo el mundo y
de todos los tiempos: pasados presentes y futuros, siempre que crean en Él,
manifestándolo en sus obras.
La condena a trabajar todos los días de la vida, no
hace referencia únicamente al trabajo remunerado, sino a la fatiga del
desempleado que rebusca el sustento o sufre la angustia y la impotencia de no
hallarlo por diversas circunstancias y condiciones.
Los movimientos obreros quisieron hacer el quite a
esta carga estableciendo el sistema de pensiones para no trabajar toda la vida,
pero también han fracasado, pues se estima que actualmente la base poblacional
para sostener la carga pensional es insuficiente, precisamente por el
envejecimiento de la población, debido a la disminución en la tasa de
natalidad, especialmente en Europa en donde Satanás ha impuesto el aborto y la
anticoncepción, y en consecuencia la inmensa mayoría de los jóvenes tendrá que
trabajar toda su vida, si no se mejora la fertilidad en el mundo, para lo cual
es necesario un cambio en la manera de pensar y actuar del hombre.
La gran enseñanza de este texto, es que quienes
escojan creerle a la Ciencia humana y al mundo y no a Dios, morirán la segunda
muerte que es la condenación eterna.
20 El hombre dio a su mujer el nombre de
Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes.
El
mensaje de este verso ratifica lo visto antes, que Adán y Eva representan a los
padres de los que creen en Dios a quienes el verso llama “vivientes”,
a diferencia de lo que son los mortales que son los que no conseguirán la vida
eterna porque no creen ni creerán en Dios, aun si se lo predican y demuestran
como le sucedió a Judas, que ni viendo los milagros creyó.
21 El Señor Dios hizo al hombre y a su
mujer unas túnicas de pieles y los vistió.
Las túnicas de pieles representan además, la
protección de la intimidad de la mente, para que no se conozcan los
pensamientos entre los seres humanos. No sabemos si Dios ha decidido apagar las
cámaras que observan nuestros pensamientos para permitirnos la intimidad del
alma, pero esto es poco probable porque Jesús leía la mente de las personas.
También podemos interpretar que las túnicas de piel
representan algo diferente: por ejemplo se puede conjeturar que al perder la
calidad sobrenatural que les hacía inmortales y les protegía de todo daño, sus
cuerpos gloriosos necesitaron como recubrimiento una piel para protegerse del
clima que en adelante sería adverso.
Una tercera interpretación podría tener que ver con
la posibilidad de que Dios les cubriera de pelo el cuerpo, como parte de su
pedagogía para que lucieran como primates y comenzaran a apreciar lo que eran
antes de caer en el pecado, pero esta conjetura tiene más que ver con la teoría
evolucionista, todavía no probada, de que el ser humano tenía más pelo en su
piel que el que tiene en la actualidad, lo cual tiene más que ver con lo
hormonal que con que sea una especia animal más. Esa hipótesis nunca podrá ser
probada porque no es más que eso, una teoría sin probar, o un intento vulgar de
la masonería para cuestionar la verdad contenida en la Biblia.
Una última interpretación y que es la más acertada
es que los cuerpos sobrenaturales perdieron ese modo de existir y se
transformaron en cuerpos mortales, de suerte que esa piel ya no podría permitirles
hacer algunas cosas como estar en cualquier lugar sin sentir las inclemencias
del tiempo.
22 Después
el Señor Dios dijo: “El hombre ha llegado a ser como uno de nosotros en el
conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser que ahora extienda su mano, tome
también del árbol de la vida, coma y viva para siempre”.
¿Por qué Dios dice como uno de nosotros si Dios es
uno solo? La respuesta corrobora que el Hijo Jesucristo ya estaba con él, lo
mismo que el Espíritu Santo y por eso habla en plural y ratifica lo que
creemos: que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La necesidad de expulsar al hombre el Edén para que
no comiera del árbol de la vida nos muestra que para merecer ese alimento el
hombre tendrá que prepararse. El fruto del árbol de la vida es una imagen de Jesucristo
pendiendo del árbol de la Cruz cuyo cuerpo y sangre que son la pulpa y el jugo
del fruto de la vida, se comen y beben en la Eucaristía. Por esa razón Él
afirmó: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida en él y yo lo
resucitare en el último día.”
Tristemente,
las sectas surgidas de la protesta del siglo XVI, no creen en estas palabras de
Jesús, parecen ciegos o sordos y no se dan cuenta de que quien lo dice no es ni
San pablo, ni ninguno de los evangelistas sino el mismísimo Hijo de Dios y por
lo tanto deberían creerlo y cumplirlo para salvarse, pero no lo creen; le creen
más a sus pastores que a Dios, como Eva que le creyó más a la Serpiente que a Dios.
23 Entonces expulsó al hombre del jardín de Edén, para que trabajara
la tierra de la que había sido formado.
24 Y después de expulsar al hombre, puso al
oriente del jardín de Edén a los querubines y la llama de la espada
zigzagueante, para custodiar el acceso al árbol de la vida.
La expulsión del Jardín del Edén, quizá no hace
referencia a la salida de un lugar específico de la geografía terrestre, sino a
la salida de una dimensión distinta en donde todo era sobrenatural. Muchos
teólogos dirán que es la pérdida de la gracia o sea de la vida eterna. Esa
salida significa la pérdida de las cualidades del cuerpo glorioso que se hace
pura materia: carne y hueso corruptible, y en donde el alma queda prisionera.
Cuerpo y alma van a sufrir: el cuerpo las
necesidades y limitaciones físicas como el hambre, la sed, la fatiga, la enfermedad
y el deseo, y el alma extrañará la plenitud y la felicidad de poder hacer todo
lo que le estaba permitido, porque sin duda podía hacer muchas cosas que ahora
sus descendientes no podemos hacer, como disfrutar hasta de las cosas más
simples y eso es lo que simbolizan los árboles de los que podían comer que eran
todos, excepto el del conocimiento de la ciencia del bien y del mal.
La idea de Paraíso Terrenal significa que aquel
lugar, era un sitio paralelo, en otra dimensión, más cercano al cielo y no una
parte de la tierra misma; es decir: un semi-cielo, que a menudo confundimos con
el Cielo por las diversas traducciones por las que han pasado los escritos de
una lengua tan compleja como el hebreo antiguo y el griego, a lenguas más
simples e imprecisas, por usar como sinónimos palabras que tienen sentidos algo
diferentes o por tergiversarlas, tal vez sin mala intención, aun en los
círculos más ortodoxos del catolicismo que se dejan arrastrar por las
corrientes del modernismo corruptor del sentido de las palabras.
Para distinguir entre el Paraíso y el Cielo veamos
cómo Jesús no dice a Dimas que irá al Cielo, por su fe, sino al Paraíso: “En
verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas
23: 43). De hecho Jesús no fue al Cielo el mismo día de su muerte
como se infiere de lo que dice a María Magdalena ya resucitado junto al
sepulcro: “Suéltame pues aún no he subido al Padre. Pero vete donde
mis hermanos y diles: Subo a mi Padre que es Padre de ustedes a mi Dios que es Dios
de ustedes.” (Juan 20: 16), de manera que probablemente primero envió a
Dimas al Paraíso, luego bajó al inframundo a predicarle a los difuntos,
enseguida se apareció a María Magdalena y luego sí subió al Padre para volver
después a estar 40 días con sus discípulos, de manera esporádica hasta que
ascendió al Cielo.
Otra prueba de la hipótesis del Paraíso, distinto
del cielo, es que en la parábola del rico y el pobre, no dice que al morir el
pobre fuera al cielo sino al seno de Abrahán, que tampoco puede ser el cielo
sino un símbolo del Paraíso o quizá del limbo, un lugar impreciso en donde
están los hombres buenos que no recibieron el bautismo.
Un asunto, que no podemos dejar sin
explicar, relacionado con la salvación de Dimas, sin haber comido el cuerpo y
sangre de Cristo, y sin haberse confesado y recibido la absolución es que Dimas
sí se confesó y arrepintió delante de Jesús que como sumo y eterno sacerdote lo
absolvió.
En efecto, estando en la cruz, Gestas, uno
de los condenados a muerte desafió a Jesús a que bajara de la cruz, lo salvara
y demostrara que era Dios, “Pero el otro lo reprendió diciendo: “¿No
temes a Dios tú, que estás en el mismo suplicio?” (Lucas 23:40) En ese
momento Dimas reconoce en Jesús a Dios y su inocencia y confiesa su pecado
cuando dice: “Nosotros
lo hemos merecido y pagamos por lo que hemos hecho, pero éste no ha hecho nada
malo.” (Lucas 23:41) Y después pide el perdón a su manera así: “Jesús,
acuérdate de mí cuando entres en tu Reino” (Lucas 23:42). Finalmente
Jesús lo absuelve con estas palabras que ya hemos citado: “En verdad te digo que hoy mismo
estarás conmigo en el paraíso.”(Lucas 23:43)
En cuanto a la necesidad de comer su
cuerpo y beber su sangre, para tener vida eterna, el hecho de compartir la cruz
y derramar su sangre santifica al ladrón arrepentido, y le sirve de penitencia,
y Jesús, como Dios que es, puede dispensar de este requisito a aquel hombre en
estas circunstancias, de la misma manera que puede hacerlo en otras parecidas, como
cuando un sacerdote incrédulo no administre bien los sacramentos, o no consagre
debidamente el pan y el vino, o excomulgue o niegue la comunión sin una razón
válida. Por eso existe la comunión espiritual que se hace en casos en que no se
puede recibir la comunión sacramental.
El ángel con la espada de fuego o el remolino de
fuego que se interpone entre el hombre y el paraíso simboliza la muerte que
será el paso obligado para liberarnos del cuerpo material que se hará glorioso
en la resurrección, pero también prefigura el fuego purificador del purgatorio,
para quien no pague o repare los pecados cometidos en esta vida. En adelante,
el hombre tendrá que pasar por la muerte física para volver al paraíso, pero su
llegada a esa dimensión no significa que irá directamente al cielo, sino al
otro mundo, a esperar la redención que solo vendrá con el sacrificio de Jesús
en la cruz, cuando el Padre, por amor, nos dará a su hijo: el fruto del árbol
de la vida.
La razón por la cual el pobre Lázaro va al seno de
Abraham, es que durante su vida sufrió en la carne todo aquello que purifica el
alma, pero aun así, no puede ir al cielo directamente, porque en el relato a
Lázaro le falta comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo, cuya misión aún no
se había completado. También, porque siendo una parábola para ilustrar a los
hebreros, la mejor forma de explicar lo que es el paraíso era a través de la
figura del seno de Abraham.
Esta omisión indica que los judíos y paganos
buenos, que crean en Dios y acepten su sufrimiento como parte de su
purificación, irán al paraíso, mas no al cielo. Por eso a los judíos “Jesús
les dijo: “En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y no
beben su sangre, no tienen vida en ustedes. (Se refiere a vida
sobrenatural, pues los que le oían estaban biológicamente vivos, pero no tenían
todavía el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo, que los convertiría en
inmortales)
El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida
eterna, y yo lo resucitaré el último día. (Aclara
que aunque muera su cuerpo material, su cuerpo sobrenatural será resucitado de
inmediato)
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida. (Significa que el pan y el vino consagrados son en
realidad su cuerpo y sangre)
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí y yo en él. (Quiere decir que al comulgar dignamente o sea sin
estar en pecado, las personas se convierten en templos del Espíritu Santo que
es Dios mismo)
Como el Padre que es vida, me envió y yo vivo en el
Padre, quien me come vivirá por mí. (Aquí se
aclara el misterio del sacerdocio en donde el celebrante no es en realidad el
hombre con la sotana, sino que en él vive Jesús el único Sumo y Eterno
sacerdote.)
Este es el pan que ha bajado del Cielo. (Es decir
Él mismo)
Pero no como el de vuestros antepasados, que comieron
y después murieron. (Significa que los que vivieron antes de Cristo
habían muerto en cuerpo y alma y por eso Jesús bajará al mundo de los muertos a
resucitarlos y predicarles)
El que coma este pan vivirá para siempre.” (Quiere
decir que los que han recibido la comunión ya son de alma inmortal, porque
tienen el Espíritu y resucitarán en cuerpos gloriosos como los de los
ángeles)
Así habló Jesús en Cafarnaúm enseñando en la
sinagoga. Al escuchar, cierto número de discípulos de Jesús dijeron: “¡Este lenguaje
es muy duro! ¿Quién querrá escucharlo?”. (Juan 6, 53-60)
La gente se fue, pero Jesús no los detuvo y ni
siquiera intentó explicarles que hablaba en sentido figurado, porque no estaba
hablando en sentido figurado y “A partir de entonces, muchos discípulos
se volvieron atrás y dejaron de seguirle. Jesús preguntó a los Doce: “¿Quieren
marcharse también ustedes?” (Juan 6, 66-67).
Con
estas palabras, Jesús deja bien claro que la hostia y el vino
consagrados que bendecirá durante la última Cena, no son símbolos de su cuerpo
y sangre sino que en realidad son su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Si
fueran un símbolo, les habría explicado que era algo figurado para que nadie lo
abandonase, porque su propósito no era quedarse solo, sino dejar una Iglesia establecida
que propagara el Evangelio para salvarnos a todos. Pero Jesús hace lo contrario
a lo esperado y en vez de dar una explicación admisible a la razón humana, se
mantiene en la verdad, lo cual le costará la crucifixión, porque Dios no miente
y por eso reta a sus apóstoles a irse si no creen en esta realidad.
Este texto además de darle validez a la
transubstanciación del pan y el vino consagrados en la Eucaristía, deja claro
que los que no hayan comido su cuerpo y sangre no viven en Él y por lo tanto no
podrán ir al cielo, si lo merecen.
Por eso dijo, antes de revelarles esta realidad de
su cuerpo y sangre: “En verdad les digo: El que cree tiene vida
eterna.” (Juan 6. 47) Por lo tanto durante la última Cena su orden
precisa no fue hacer un acto simbólico, sino revivir el momento en cada
consagración del pan y el vino, que son verdadera comida y verdadera bebida,
pues en el texto de Marcos sobre la última cena dice que “Después de
la comida (es decir que lo que iba a hacer no era parte de la
comida como aseguran algunas sectas) Jesús tomó pan, y después de
pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: “Tomen, esto es mi
cuerpo.” (Veamos que dice: “es mi cuerpo”, no
dice “simboliza mi cuerpo”, ni nada por el estilo)Tomó luego
una copa y después de dar gracias, se la entregó y todos bebieron de ella. Y
les dijo: “Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por
muchos.” (Marcos 14: 22-24)
En el Evangelio de Lucas dice: “Después
tomó pan y, dando gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo
que es entregado por ustedes. (Dice exactamente lo mismo “es mi
cuerpo”) Hagan esto en memoria mía.” (Claramente
ordena que repitan el ritual) Hizo lo mismo con la copa después de
cenar diciendo: “Esta copa es la alianza nueva sellada con mi sangre, que es
derramada por ustedes.” (Es decir que es la que paga por los
pecados de todos.)(Lucas 22: 19-20).
El texto que sigue es más concluyente: “De
igual manera tomando la copa, después de haber cenado, dijo: “Esta copa es la
nueva alianza en mi sangre. (En ese momento Jesús hace una alianza
nueva y queda derogada la alianza hecha con Abrahán.) Todas las
veces que la beban háganlo en memoria mía.” (1 Corintios 25) La
copa de jade se convierte en ese instante en el Santo Grial y quedan con este
ritual sacralizados todos los cálices en que se celebre la Eucaristía en
cualquier lugar del mundo y en cualquier época. Lo anterior explica, por qué
las sectas satanistas los hurtan y profanan, junto con las sagradas formas del
pan que es el verdadero cuerpo de Cristo.
Y continúa Pablo hasta dejar claro qué es la
Eucaristía o Fracción del pan como le llamaron porque el ritual implica
partirlo y repartirlo entre los fieles:
“Fíjense
bien: cada vez que comen de este pan y beben de esta copa están proclamando la
muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, el que come el pan y bebe la copa
del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del Señor.” (1
Corintios 11: 26)
“El que come y bebe indignamente, come y bebe su
propia condenación, por no reconocer el cuerpo.” (1 Corintios 11: 29) Así que
quien no reconoce en la hostia consagrada que ahí está realmente el cuerpo,
sangre, alma y divinidad de Jesús y la toma así, está condenado hasta que no
sea perdonado de ese sacrilegio por Jesucristo en la confesión con un sacerdote
y preferiblemente con un obispo.
Pero si solo quienes reciben su cuerpo y sangre
como alimento tienen vida, la pregunta obligada es ¿Cómo llegarán al Cielo
entonces los profetas si ninguno lo hizo? Resulta que cuando Jesús murió en la
cruz, “La tierra tembló, las rocas se partieron, los sepulcros se
abrieron y resucitaron varias personas santas que habían llegado ya al
descanso.” (Mateo 27: 52), esas personas resucitadas por Cristo con
toda seguridad recibieron la comunión de manos del propio Jesús cuando bajó a
predicar a los espíritus encarcelados, y esos cuerpos glorificados debieron ir
al cielo de inmediato, como lo merecían, porque eran los santos y profetas de
Israel que habían sido justificados por la Ley. Nótese que no eran millares
sino algunos, porque casi nadie se salva por el cabal cumplimiento de la Ley, y
si no existiera el sacramento de la confesión y el perdón de los pecados, todos
estaríamos ya condenados.
En cuanto a los demás hombres de otros pueblos,
"Quienes
pecaron sin conocer la Ley, serán eliminados sin que se hable de la Ley; y los
que pecaron conociendo la Ley, serán juzgados por la Ley. Porque no son justos
ante Dios los que escuchan la Ley sino los que la cumplen.
Según
este texto, los que no conocieron la Ley y pecan son eliminados. No dice que
sean condenados, porque con seguridad se refiere a los seres amorales,
irracionales, dementes o sin conciencia. Pero los que conocemos la Ley seremos
juzgados por ella y condenados, si no la cumplimos. Nótese que no es la sola fe
sin obras la que salva.
Cuando
los paganos que no tienen Ley cumplen naturalmente lo que manda la Ley, están
escribiendo ellos mismos esa ley que no tienen, y así demuestran que las
exigencias de la Ley están grabadas en sus corazones. Serán juzgados por su
propia conciencia, y los acusará o los aprobará su propia razón el día en que Dios
juzgue lo más íntimo de las personas por medio de Jesucristo. Es lo que dice mi
Evangelio. (Romanos 2, 12-16)
En cuanto a los paganos, que ciertamente reconocían
en sus leyes los delitos y los castigaban, el hecho de ser paganos no los
salvará porque serán juzgados por su propia conciencia.
Aquí se nos revela algo muy importante del juicio
personal y es que ante la sola presencia de Dios, no será Él quien nos condene;
seremos nosotros mismos, que frente a la avasalladora inmensidad, pureza y
santidad suya, nos sentiremos tan inmundos, tan sucios, pestilentes e indignos,
que huiremos de él por vergüenza a buscar la purificación que nos será ofrecida
en el purgatorio, y si no sentimos en ese momento nada de esto, sino la
soberbia, correremos la suerte de Judas: nos condenaremos.
¿Qué pasará entonces con aquellos justos que no
conocieron a Jesús ni su Evangelio, mientras es el juicio? Me ratifico en que
irán al descanso junto a las almas de los que estaban clamando justicia bajo el
altar, aunque es poco probable que quien no conozca a Jesús sea tan bueno que
lo merezca, pero en la Biblia se habla de los cielos, no del cielo, de manera
que debemos considerar que probablemente hay lugares distintos para cada
persona y situación, tanto en los cielos como en los infiernos, (siendo el Paraíso
probablemente un cielo provisional), porque no todos los pecados son iguales ni
todas las cosas buenas merecen la misma gloria, ni todas las malas acciones el
mismo castigo, ni habrá un mismo lugar para todos, porque una persona no es
igual en santidad a otra, de manera que aunque todos los justos saben, que el cielo
es el premio universal, hay una distinción particular. Por eso Jesús dijo:
“En la casa de mi Padre hay muchas
moradas; (una de ellas es
el paraíso) si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque
voy a preparar un lugar para vosotros.”(Juan 14:12)
Volviendo el Génesis, aunque en el relato Dios los
expulsa para que no lleguen al árbol de la vida y se hagan inmortales de nuevo,
después les envía el pan de vida que es su Hijo Jesús.
El árbol de la vida que es Jesús, será trasplantado
a la Tierra desde el Paraíso en la forma de la Cruz y el fruto que es el Verbo,
la Palabra, estará colgado allí en la forma del cuerpo sangrante de Dios que se
hace hombre en Jesucristo. Así es el amor de Dios para con sus criaturas; tan
grande y misericordioso que decide bajar y morir para darnos nuevamente la vida
eterna.
El árbol de la vida es también una figura de su
Palabra escrita en la sagrada Biblia y el fruto es Jesucristo en la Eucaristía.
Por eso, a semejanza de un árbol, la Biblia tiene una raíz que es su promesa,
un tallo que es el lomo que sostiene las hojas del libro y los frutos que son
el contenido del Evangelio, que deberá comerlos como comió Juan el libro en
Apocalipsis, y como debe comerlo, todo aquel que aspire al cielo. Ese es el
fruto del árbol de la vida, pero solo el que lo coma y permita que le nutra
vivirá. El que no crea, morirá la segunda muerte que es la condenación.
Existe otra interpretación de lo que es
el árbol, como señalamos antes. El árbol del paraíso es también la
representación alegórica de una persona. El árbol del conocimiento del bien y
el mal es Lucifer, por eso los gnósticos y masones lo tienen como su dios,
porque les ha traído el conocimiento, para, presuntamente ser como Dios (aunque
haciendo caer a Adán y Eva y a toda la humanidad). El árbol de la vida es Jesús
que nos devuelve la vida eterna, y nos lleva al cielo.
Por eso Jesús mismo, al referirse a las
personas que tergiversan al Evangelio y aparentan ser muy buenos y santos, dice:
“Guardaos
de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por
dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas
de los espinos, o higos de los abrojos? (Mateo 7: 15-16)
Sintetizando el capítulo, el paraíso prefigura la
vida terrenal en donde Dios nos provee de todo lo que necesitamos y solo nos
prohíbe acercarnos al mal y comer de sus frutos. En el paraíso hay dos árboles
que son Jesús, el árbol de la vida y Lucifer, al árbol del conocimiento del
bien y el mal.
Excelente aporte. Gracias!!
ResponderEliminarBendiciones me ha ayudado mucho este canal
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