viernes, 3 de octubre de 2014

ANÁLISIS DEL CAPÍTULO 2 DEL GÉNESIS

Génesis 2

 

2 1 Así fueron terminados el cielo y la tierra, y todos los seres que hay en ellos.
2 El séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que había emprendido. 3 Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó de hacer la obra que había creado. 4 Este fue el origen del cielo y de la tierra cuando fueron creados.


Los judíos y protestantes aún consideran al sábado como el día del Señor, porque, en este pasaje, Dios lo bendijo por ser el día en que culminó su obra material.

 

Sin embargo, el día de la gloria del Señor es el domingo, el primero de la semana, por dos razones: primero porque en ese día creó la luz que prefigura la resurrección. Por eso Jesús resucitó el domingo y por la misma razón los Apóstoles se reunían el domingo, primer día de la semana, para celebrar la “fracción del pan” que ahora llamamos Eucaristía o Santa Misa.

 

La resurrección de Jesús el Primer día de la semana hace alusión a la nueva creación, a la realización de la Nueva Alianza. Recordemos que el primer día, el domingo, dijo Dios “Hágase la Luz” esa luz es la luz de Cristo que ilumina toda la Creación. Sábado es la Omega, el fin de la creación, pero Domingo es el Alfa, el Principio. En consecuencia, ambos días son benditos, porque Dios bendice su obra de principio a fin.

 

La creación del hombre y la mujer

 

Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo, 5 aún no había ningún arbusto del campo sobre la tierra ni había brotado ninguna hierba, porque el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra. Tampoco había ningún hombre para cultivar el suelo, 6 pero un manantial surgía de la tierra y regaba toda la superficie del suelo.

 

Este es un segundo relato, y en este no hay todavía arbustos ni hierbas, así que se añaden nuevos elementos simbólicos: cielo y tierra son los mundos espiritual y material respectivamente, como dijimos antes.

 

El agua del manantial representa la vida biológica, porque corre por la tierra, para dar la vida natural, en tanto que la lluvia simboliza la vida espiritual porque cae de lo alto, del cielo, y ambas serán fundamentales en el desarrollo del hombre como criatura de naturaleza material y espiritual.

 

Cuando hace referencia a los arbustos, nótese que sus frutos serán para los hombres, por lo tanto representan a la sabiduría, en tanto que las hierbas son figura del alimento para el cuerpo porque se dan a los animales y con eso se corrobora la doble naturaleza humana: material y espiritual.

 

Cuando se habla de la necesidad de alguien que debe cultivar el suelo, se hace referencia a la construcción de bienes materiales en general, no solo a productos agrícolas, pues estos crecen también naturalmente, sin ayuda del hombre.

 

Con estos elementos podemos concluir que si bien la vida biológica se reproducía sobre la tierra de manera programada, y se alimentaba del manantial que bañaba a la tierra, la espiritual no podría surgir sino a través de un hombre en el cual estuviera el Espíritu de Dios, el cual le daría la capacidad para cultivar en el sentido de crear bienes para contribuir con la obra creadora.

 

 7 Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente.

 

Independientemente de si el segundo relato es o no un complemento o una explicación más detallada del primero, vamos a contrastarlos:

 

El hombre del primer relato, hecho a imagen y semejanza de Dios, quizá solo era un ser biológicamente vivo, como los animales, y no un ser viviente para el mundo sobrenatural, porque aún Dios no había soplado en él su aliento que da la vida eterna. ¿Entonces en qué se asemejaba a Dios? ¿En que era desde su creación un conjunto de alma, cuerpo y espíritu?

 

En efecto, el alma representa en el hombre, una semejanza con Dios porque es la capacidad de amar, que se manifiesta en la existencia de sentimientos que el mismo Dios exterioriza a lo largo de la Historia hacia el hombre a través de su creación, porque todo ha sido hecho por el amor del alma de Dios, para que el hombre exista, sea feliz y medre sobre la faz de la tierra.

 

La segunda semejanza entre Dios y el hombre es el lenguaje articulado, una cualidad que solo dio a los ángeles y a los hombres, para que pudiéramos pensar, desarrollar nuestro intelecto y comunicarnos, no solo con él sino entre nosotros. Ese don que no poseen otros seres, aun teniendo cerebros más grandes. También nos dio la capacidad de crear, y la voluntad para decidir nuestras acciones, dar dirección a nuestro destino y hacernos responsables de nuestras actuaciones.

 
El Espíritu que da la vida natural y sobrenatural es otro regalo de Dios a su criatura humana. Mediante el Espíritu el cuerpo vive y es capaz de permanecer en comunicación con el amor de Dios, y esa vida no está sometida a la finitud de la materia, por lo que el cuerpo del que gozaban era un cuerpo glorioso en donde no tenía potestad la ley de la materia corruptible, y por eso el primer hombre fue creado para vivir eternamente. No era eterno porque había sido creado, pero se asemejaba a su Creador en que viviría para siempre y por eso fue dotado del Espíritu que es la vida sobrenatural. 

 

El espíritu permite al hombre vivir y dar al cuerpo y a cada una de las billones de células que le componen funciones complementarias, porque el cuerpo sin espíritu es solo materia; son solo unos billones de átomos programados para configurar el cuerpo que el programador Eterno ha decidido desde que creó la materia.

 

El espíritu inclina al hombre a buscar a Dios, le da conciencia y le dota de inteligencia, sabiduría, fortaleza, y de los demás dones del Espíritu Santo. Estos dones no pueden ser dados por la materia. El cerebro y el lenguaje articulados, por sí mismos, no pueden darle al hombre la inteligencia y discernimiento, el don de la ciencia, del temor a Dios, de la búsqueda de la belleza y del bien, de la búsqueda del amor y de la felicidad. Por eso, no es correcto hablar de la inteligencia artificial, porque en realidad nunca la habrá, dado que la inteligencia se sustenta en el sentir y las máquinas no sienten y un sentimiento no surge de la materia; es un don del alma. Tampoco la piedad, la misericordia, la compasión, la tristeza, la alegría las pueden tener las máquinas ni los robots que construimos, porque esas son cualidades que solo emanan de Dios y que son otras de las cualidades que nos hacen semejantes a Él.


La imagen de Dios se manifiesta también en el cuerpo del hombre y por eso al encarnarse el Eterno lo hace como un hombre. Los sentidos del hombre son una manifestación clara de que Dios también los posee: por eso nos puede ver, escuchar, oler, tocar y gustar, y de ahí que se ofrezca a nosotros como comida, para que gustemos de él con el alma.


Si vemos el segundo relato como complemento del primero, hay que considerar que Dios tiene un aspecto físico visible semejante al nuestro, pero no de igual naturaleza y ese aspecto puede mudarlo a voluntad; por eso en el Apocalipsis, San Juan lo podrá ver como un cordero y por eso el Espíritu Santo se manifiesta en la forma física de una paloma y por eso los peregrinos de Emaús no reconocieron a Jesús resucitado sino hasta cuando Él partió el pan y pudieron identificarlo, lo mismo ocurrió en todas sus apariciones posteriores a la resurrección; se mostró como un hombre diferente en cada ocasión. La naturaleza del cuerpo humano es masa que al moverse genera energía, y la naturaleza del cuerpo divino es energía que al actuar crea una masa y le da forma a voluntad, siendo la preferida por Dios la forma que nos dio para el tránsito por el mundo material, pero que no va a ser la misma ni a lo largo de la vida, porque todos cambiamos con el tiempo, ni al pasar al mundo sobrenatural en donde dependerá de la voluntad.

 

Para comprenderlo mejor, debemos entender que el cuerpo humano es materia, pero tiene dos naturalezas: una es masa física, que le permite interactuar con los elementos del mundo natural, tener una forma y apariencia determinada, visible, tangible, con capacidad de percibir sensorialmente y procesar información mediante el cerebro, pero a la vez limitada por el espacio-tiempo y la masa, tanto propia como con la del resto de la materia, por lo cual solo puede actuar nuestro cuerpo en el mundo mediante contacto directo o con el uso de extensiones, utensilios, máquinas o herramientas, pero no puede descifrar lo que ocurre dentro de la mente ajena, ni introducirse en otra materia, ni traspasarla sin romperla, si es sólida.

 

La otra materia es sobrenatural, y puede actuar sobre la masa de manera directa e indirecta, pues posee además de masa, generada por la energía, esa cualidad de hacerse invisible o visible, y puede comprender lo que hay dentro de la mente ajena. La diferencia es clara: la masa del cuerpo sobrenatural le permite tener cualidades y capacidades que la masa atómica no tiene, pues no está limitada por el espacio-tiempo, ni por la masa, de manera que el cuerpo sobrenatural, sí puede ir y volver en un segundo como lo hace el pensamiento, entrar sin usar puertas y volar libremente como el pensamiento mismo. Cuando afirmamos esto es porque Dios efectivamente tiene una forma visible, tangible y corpórea, y por eso Jacob pudo luchar contra Él como se lucha contra otro hombre (Génesis 32, 25-31).

 

Recordemos además que cuando Felipe le dijo a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta.” Jesús les respondió: “Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. (Juan 14. 8-9). 

 

Si Jesús usó el verbo ver, se refiere a una apariencia corporal visible y no solamente a la espiritual que no se puede ver sino a través de las obras. Tampoco era un espíritu, porque el espíritu puede ser visible pero no puede tocarse, ya que no tiene carne ni huesos. Por lo tanto Dios tiene una apariencia corporal sobrenatural que no lo limita en lo físico, y que, aun así, se puede ver y tocar.

 

Para aclararlo, recordemos un texto de Lucas narrando una de sus apariciones, después de la resurrección: 

 

“Mientras estaban hablando de todo esto, Jesús se presentó en medio de ellos (y les dijo: “Paz a ustedes.”) Quedaron atónitos y asustados pensando que veían a algún espíritu, pero Él les dijo: “¿Por qué se desconciertan? ¿Cómo se les ocurre pensar eso? (leyó sus pensamientos) Miren mis manos y mis pies; soy yo. Tóquenme y fíjense bien que un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que yo tengo.” Y dicho esto les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creerle por su gran alegría y seguían maravillados, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?” Ellos, entonces le ofrecieron un pedazo de pescado asado (y una porción de miel); lo tomo y comió delante de ellos.” (Lucas 24, 36-43). 

 

Claramente Jesús les demuestra que Él, aun resucitado, no es un espíritu y que tiene carne y huesos y además puede comer. Para comprobarlo aún más, veamos cómo María Magdalena tocó su cuerpo resucitado y “Jesús le dijo: “Suéltame pues aún no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre que también es Padre de ustedes; a mi Dios que es Dios de ustedes.” (Juan 20, 17). 

 

Como vemos, el cuerpo era tangible y aun así, podía ir al Cielo adonde el Padre, lo cual implica ir a otra dimensión, a otro mundo. Más adelante Tomás, que no creía en su resurrección puso su dedo en las llagas: “Después dijo a Tomás: “Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree.” (Juan 20, 27). 

 

Con esto queda suficientemente demostrado que Jesús resucitado tenía su cuerpo ya transformado en un cuerpo glorioso e inmortal, tangible de carne y hueso, que podía ser tocado, que comía y bebía, y que podía ir hasta el Cielo y volver, de manera que el hombre del segundo relato, a quien Dios da su aliento adquiere esta misma manera de poder existir en el más allá, porque aunque Dios nos creó a su imagen y semejanza corporal, desde el principio, solo mediante su aliento nos da el espíritu que da vida eterna y al cuerpo mortal de la primera humanidad creada, en este relato, se hace inmortal gracias a su aliento.

 

Aunque la eternidad material no parece una opción aceptable, desde la razón, para la sostenibilidad de la vida en la Tierra, porque la tierra es un espacio finito en donde si nadie muriera el hacinamiento sería insoportable y los recursos se habrían acabado, lo cierto es que cuando los seres tengamos un modo de vida sobrenatural eso nos permitirá, por ejemplo, poblar a voluntad cualquier otro planeta del universo, haciendo viajes interestelares, apareciendo y desapareciendo aquí y allá, sin necesidad de tener que hacer adaptaciones para la vida biológica en ningún lugar del universo. También permitiría esa condición, que la tierra crezca según la necesidad de la población, desafiando las leyes de la física que no están determinadas, como lo muestran los descubrimientos de la física cuántica que cuestionan y replantean muchas teorías de la física clásica.

 

Además de esto, los más recientes descubrimientos de la física cuántica han demostrado que una partícula disparada por un cañón de neutrones puede llegar en menos tiempo a un punto de referencia, a través de una plancha de plomo de un metro de ancho o más, antes que otras partículas a través del espacio vacío y que una partícula puede estar al mismo tiempo en distintos lugares.  Esto explica por qué Jesús y algunos santos como el padre Pío de Pietrelcina, tenían el don de la bilocación[1], que la física cuántica puede observar experimentalmente en el laboratorio, sin poder explicarlo, dado que, siendo el cuerpo un conjunto de partículas, estas pueden comportarse como lo hace una sola de ellas, aunque no pueda entenderse cómo sucede, como tampoco pueda explicarse que las partículas actúen como ondas, entre otras anomalías inexplicables que se observan en los laboratorios.

 

En palabras del científico, filósofo, teólogo, astrofísico y colaborador de la NASA, padre Manuel Carreira Vérez, S.J., (q.e.p.d.), que trabajó ampliamente con su equipo de científicos, en el laboratorio, los fenómenos de la física cuántica, y de acuerdo con esos estudios, lo que ocurre en la resurrección es que, mientras en nuestro modo de existir actual, estamos limitados por la materia, en la resurrección los papeles se cambian y entonces

 

“el espíritu da a la materia su propio modo de existir sin limitaciones espacio temporales, y entonces la materia empieza a existir también, fuera del espacio y del tiempo, y como solo en el espacio y tiempo es donde actúan las fuerzas propias de la materia, esas fuerzas ya no van a tener importancia, ya no van a limitar lo que hace ese cuerpo humano, y así tenemos la realidad humana total, viviendo con la libertad propia del espíritu, y así cumpliendo lo que Jesucristo dijo de los que son hijos de la resurrección: serán como ángeles de Dios; ya no estarán sometidos a los límites propios de la materia. Pero, ¿siguen siendo materia? Sí, y el cuerpo no puede ser otra cosa que una colección de átomos, de modo que hablar de un cuerpo no material es como hablar de un círculo cuadrado.”[2]

 

Recapitulando, a la pareja del primer relato, Dios no le sopla su aliento, es decir, no le da su espíritu que les haría inmortales, aunque les hace semejantes a Él, quizá en que tienen alma, es decir entendimiento y voluntad, y quizá también en la apariencia física, como hemos visto.

 

En consecuencia, Dios creó primero a seres mortales e inteligentes con alma y con la función de procrear, y al hombre del segundo relato no solo lo hizo como al del primero, sino que lo formó, y le sopló el aliento de vida eterna, que es aquel que nos hace inmortales. Esto significa que es en la formación espiritual y en la unción sacramental, que nos hacemos inmortales, al recibir al Espíritu Santo. Por eso los bautizados tenemos vida eterna, pero no asegurado el cielo.

 

Y volviendo al tema de la resurrección, algunos teólogos, incluso católicos, consideran que el cuerpo humano siempre murió, que siempre morirá y no resucitará, porque no habría espacio en la tierra para los que la han habitado a lo largo de la historia, que pueden haber sido de más de cien mil millones de personas. Esto es una herejía, y más cuando ellos mismos afirman que resucitará el espíritu, lo cual es imposible porque el espíritu no muere y si no muere ¿cómo va a resucitar? Lo único que muere es el cuerpo y éste es el que resucitará a final de los tiempos para ser juzgado y recibir lo merecido. Este hecho explica lo que dice este verso del Credo: “Creo en la resurrección de la carne”.

 

No obstante, si se considera la trilogía cuerpo, alma y espíritu, el alma es responsable de lo que hace el cuerpo, porque el alma tiene entendimiento y voluntad y ella puede gobernar las pasiones. Por eso el alma se condena con el cuerpo y por eso Jesús dice: "No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien teman a Aquél que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno.” (Mateo 10:28)


Según esto, tanto el alma como el cuerpo perecen en el infierno, pero como el cuerpo resucitado es inmortal, la condenación es eterna y frente a eso, no hay nada qué hacer. Por eso Jesús no usa la palabra morir sino perecer, que no es lo mismo, que morir, porque perecer es una manera trágica o dolorosa de morir. En el infierno se perece y se vuelve a la vida, una y otra vez por toda la eternidad, lo cual concuerda, tanto con lo que dijo Jesús como con la revelación dada a Oliva Arias[3], que describe, cómo las personas son atormentadas y mueren una y otra vez de maneras terribles en el infierno, para volver a la vida y volver a ser torturadas y asesinadas por los demonios, una y otra vez.

 

8 El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado.

 

Aquí se aclara más el verso anterior: el “hombre que había formado”, hace referencia a aquel que escuchó a Dios, aquel que se dejó formar por Dios y si lo escuchó es porque lo buscó y le sigue como el buen discípulo a su maestro.

 

Notemos la distinción entre el hombre del primer relato: ese que no recibe el aliento de Dios y el que sí lo recibe. Entonces ese aliento simboliza la gracia, la religiosidad, la capacidad de ligarse con Dios, de unirse a Dios mediante el amor en la oración. 

 

Eso queda claro porque si crea al nuevo hombre para que cultive la tierra, ¿para qué planta Él mismo el jardín en vez de dejarle esa tarea al hombre? Parece contradictorio el relato, pero es que su función es precisamente explicar lo que dijimos antes, que para que la naturaleza existiera no era necesaria la mano del hombre, sino que su tarea sería crear la cultura, término que proviene de la misma raíz de cultivar, y más que la cultura, la cultura religiosa, cuya base es la fe, la esperanza y el amor a Dios.

 

El hombre “formado por Dios”, es diferente al creado por Dios. El que ha creado es similar al animal en la medida en que se guía por sus instintos y probablemente carece de la espiritualidad y racionalidad, que le es propia a este nuevo hombre. El lugar que le da al nuevo hombre es especial: un jardín, es decir un lugar lleno de belleza y exuberante en donde nada la faltará para su deleite y ese lugar es una prefiguración del Cielo, no de los avances tecnológicos ni de las comodidades y lujos de los que gozamos hoy, como piensan los materialistas herederos de las creencias de los saduceos.

 

9 Y el Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol de la vida en medio del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.

 

Los árboles representan, no solo la exuberante naturaleza con sus frutos, sino todo aquello que alimenta, no solo al cuerpo sino también al espíritu.

 

El árbol de la vida representa la Palabra de Dios y a Dios mismo en la figura de Jesús, y cuyo fruto le permitirá al hombre vivir eternamente, si se alimenta de él, y el árbol de la ciencia del bien y del mal es el conocimiento que le permitirá al hombre el juicio ético y moral. Y es figura también de Lucifer.

 

El primer árbol dará la vida eterna, pero este segundo árbol del conocimiento del bien y del mal encierra en sí mismo la condenación, pues quien no sabe del bien y del mal no puede ser condenado por sus actos ya que es amoral, a semejanza de los animales que aunque maten y sigan sus instintos, no pueden ser juzgados, porque no tienen el conocimiento del bien ni del mal y en consecuencia todos sus actos son inocentes, aun siendo crueles, pero en cuanto se haga el hombre a ese tipo de conocimiento quedará condenado a morir para que el mal que haga no quede impune.

 

Los árboles del paraíso representan también libros: la Biblia que contienen La Palabra de Dios es el árbol de la vida, que no parece tan atractivo a los hombres y el del conocimiento del bien y de mal contiene todas las disciplinas: la gnosis, la filosofía, el conocimiento científico y demás saberes del intelecto humano, representados en las ramas de dicho árbol, pero entre esos frutos está el veneno de las ideologías que llevan al hombre a negar la existencia de Dios y a querer ponerse en su lugar; ese será el pecado original.

 

Esta analogía es bien obvia porque la materia prima del libro es la pulpa del árbol, de la cual se fabrica el papel y al igual que los árboles, los libros tienen hojas y entre las hojas están los frutos que para el caso de los libros es lo que está escrito y que alimenta o bien el espíritu o bien el intelecto, o ambos a la vez. El tronco del árbol está figurado en el lomo que sostiene las hojas tanto del libro como del árbol, y las ramas representan los capítulos o temas que trata el libro. 

 

10 De Edén nace un río que riega el jardín, y desde allí se divide en cuatro brazos. 11 El primero se llama Pisón: es el que recorre toda la región de Javilá, donde hay oro.

 

Este río es el Indo o Pisón que significa caudaloso. Los ríos simbolizan corrientes o acciones humanas. Este río hace referencia a las operaciones humanas que se dirigen a la búsqueda del poder y la riqueza material, representada por el oro, pero también a la espiritual.

 

12 El oro de esa región es excelente, y en ella hay también bedelio y lapislázuli.

 

El lapislázuli al lado del oro es un símbolo de la realeza y el bedelio que es una gomorresina aromática es un ungüento medicinal tonificante, atenuante y fortificante que alivia tumores dolores y fracturas por lo que simboliza la medicina para el cuerpo. En conclusión, este brazo del río representa el poder asociado a la medicina.

 

 13 El segundo río se llama Guijón: es el que recorre toda la tierra de Cus.

 

Este hace referencia al Nilo que es el mismo Guijón que significa estruendoso. La Tierra de Egipto representa la fertilidad del suelo y sus riquezas naturales de fauna y flora.

                                                                                   
14 El tercero se llama Tigris: es el que pasa al este de Asur. El cuarto es el Éufrates. 

 

Al Tigris se le llama Jidekel o punzante y el Perat es el Éufrates.

La precisión con que el texto señala el lugar en donde está el Edén muestra la región en la que surgen las primeras civilizaciones hasta ahora identificadas. Es una zona extensa que estaría entre los ríos Ganges, Indo, Éufrates y Nilo. Es decir todo el Medio Oriente y parte de África: una ampliación de la Media Luna Fértil.

 

El autor quiere ser muy gráfico para que la gente entienda que habla de algo real y no de una fantasía. Pero el lugar preciso del paraíso terrenal podría ser una región de África, en donde estuvo la madre de la humanidad que según las investigaciones y el seguimiento al rastro del ADN mitocondrial, que dice haber hecho la ciencia moderna con sus recursos tecnológicos, corresponde a una sola mujer que vivió en África.

 

15 El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. 

 

En este verso se reafirma la misión del ser humano en el mundo: cultivar y cuidar el planeta, lo cual no significa que tengamos que adorar al planeta como a una diosa (la Pachamama), como pretenden los ecologistas e indigenistas extremos.

 

La palabra jardín hace referencia a un lugar ya cultivado, de manera que es a otro tipo de cultivo que hace referencia el relato, es al cultivo de la civilización y a la construcción de una sociedad justa.


16 Y le dio esta orden: “Puedes comer todo lo que quieras de los árboles del jardín, 17 pero no comerás del árbol de la Ciencia del bien y del mal. El día que comas de él, ten la seguridad de que morirás”.

 

Esta prohibición está asociada al conocimiento del bien y el mal, es decir al juicio moral. La capacidad para hacer éste tipo de juicios sobre lo creado y sobre las propias acciones, hará que el hombre se condene a sí mismo a morir, si no acata el precepto divino de no comer los frutos de ese árbol que son los juicios morales.

 

Según algunos teólogos, no es la muerte natural la que habrá de temerse sino la del alma, pues, según ellos, la muerte del cuerpo ya estaba prevista. Pero, de haber sido así, la resurrección de Jesús no tendría sentido, de manera que el ser humano sí era eterno en cuerpo, pues el espíritu nunca muere, como lo hemos dicho arriba, de manera que si decimos que Jesús resucitó como un espíritu negamos la resurrección y quien niegue la resurrección es un hereje aunque sea el mismísimo papa o un obispo. La muerte representa desde el principio el mal pues es la no existencia. Al insuflar en el hombre su aliento de vida, Dios le hace un ser que vivirá para siempre.

 

Los árboles son los conocimientos con todas sus ramas, y por tanto es lícito y no es peligroso comer de esos frutos, siempre que se recurra a la razón y no a las ideologías.

 

Pero el árbol de la Ciencia del Bien y del Mal también representa a Lucifer, y el fruto que ofrece es la gnosis que propone en la malicia de su lógica, el dualismo y la doctrina maniquea que se atreverá a juzgar y negar la bondad de Dios, a través de la dialéctica como método, para poner en una balanza cada cosa creada y su contrario, de manera que atribuirá la Creación del universo y la materia a un Demiurgo, y satanizará la creación como algo malo, contradiciendo lo que dice la Escritura: “Y vio Dios que todo era bueno”.

 

De ese método surgirá la relativización de la verdad que llevará al hombre al desconocimiento de la misma y a la oscuridad en la que solo hallará su perdición, pues pondrá como Dios al ángel rebelde y su doctrina y negará la Verdad que está en el fruto del Árbol de la Vida: Jesucristo, que nos alimenta como el árbol de la vid a sus ramas para que den fruto. “Yo Soy la vid y vosotros los sarmientos,” (Juan 15:5)

 

18 Después dijo el Señor Dios: “No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una auxiliar a su semejanza”. 

¿Para qué necesitaba el hombre ayuda? De hecho el necesitarla implica que no podría por sí mismo controlarlo todo. Esto nos enseña que el individualismo como doctrina y práctica es el peor camino para el Hombre, ya que todos necesitamos de alguien.


19 Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre. 

 

Los animales del campo son diferentes a las fieras y animales silvestres que ya había hecho. Estos son los que le servirán al hombre para las faenas agrícolas y para servirse de ellos de una u otra forma. Dios ya sabe lo que va a suceder y lo permite porque es necesario para moldear a aquella criatura que convertirá en uno más de sus hijos. Los pájaros del cielo quizá representen a los ángeles. Los vivientes no son simplemente los seres que se mueven por virtud de contar con el alma, sino que además tienen el espíritu que es lo que les da la vida sobrenatural.


20 El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada.

Se nota que la ayuda que esperaba el hombre no era la de la fuerza animal para el trabajo del campo, ni la simple compañía; necesitaba a alguien semejante que compartiera con él la inteligencia y espiritualidad.


21 Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. 

El sueño de Adán es el del hombre que anhela el amor de una mujer. El vacío que quedará será llenado por la carne, es decir por la unión sexual entre el hombre y su mujer.


22 Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. 23 El hombre exclamó: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre”.

Al hacer a la mujer de la costilla del hombre, enseña el Señor que ella podrá llenar ese vacío del corazón, que no era llenado en el hombre por la simple compañía de los animales. El vacío del corazón del hombre lo llena el amor de la mujer y viceversa.

 

24 Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.

Este bello pasaje lo complementa Jesús cuando añade: “De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe. (Marcos 10, 8 – 9) 

 

Estos dos versículos muestran la fundación del sacramento del matrimonio y su carácter sagrado e indisoluble que Jesús explica cuando los fariseos le preguntan acerca del divorcio como una ley establecida por Moisés. En realidad la Ley de Moisés era provisional porque estaba formándose al Pueblo de Dios, caracterizado por su dureza de corazón, y por eso permite el divorcio, pero Jesús que es quien da a la ley su forma definitiva no acepta el divorcio, y por eso toda iglesia que niegue esto, NO es cristiana, dado que esto lo dijo directamente Jesús en una escena real y, por lo tanto, no admite interpretación.

 

No obstante, cuando Jesús es interrogado por los fariseos sobre el divorcio él dice: “Yo les digo: el que se divorcia de su mujer, fuera del caso de unión ilegítima, y se casa con otra, comete adulterio.” (Mateo 19, 9)

 

Esto puede interpretarse de dos maneras: la primera es que si hay adulterio puede haber divorcio, pero la segunda es que si un hombre está viviendo en unión libre, casado por lo civil o sea en unión ilegítima a los ojos de Dios, bien puede separarse y casarse, y no comete adulterio porque la primera unión no vale para Dios por no ser bendecida por Él, sino por una unión civil o de hecho.

 

En consecuencia, toda persona casada solo por lo civil, o amancebada, como no recibió la bendición del sacerdote, está fuera de la Ley de Dios y en pecado, y NO se salvará, si no corrige eso y se casa por la Iglesia.   

 

La Iglesia Católica Apostólica Romana no acepta el divorcio pero sí admite la separación de cuerpos, que, de ninguna manera es una simple decisión  de la pareja o de uno de los cónyuges, sino que responde a razones de fuerza mayor y por eso tiene sus limitaciones: los separados no pueden volver a casarse por la Iglesia porque lo que Dios ha unido, no lo separa el hombre, y por lo tanto el matrimonio civil no es válido para Dios que creó a la pareja humana y al matrimonio.

 

Esta diferencia fundamental entre la Iglesia católica apostólica y romana y las demás, en donde se admite el divorcio, es una de las evidencias claras de cuál es la verdadera iglesia de Dios. El divorcio es una costumbre pagana que Jesús suprimió.

 

No obstante, la Iglesia, a lo largo de la Historia ha anulado matrimonios, después de estudiar los casos de nulidad que son muy válidos: demencia, homosexualismo de uno de los cónyuges o un matrimonio hecho bajo presión, amenaza o en estado de inconsciencia por la edad, inmadurez, y deficiencias cognitivas, entre otras.


25 Los dos, el hombre y la mujer, estaban desnudos, pero no sentían vergüenza.

 

Esta figura de la pareja humana, unida no solo por la misma naturaleza sino por ser uno parte del otro, es una bella manera de simbolizar el amor conyugal. Dios funda el vínculo sacramental del matrimonio y lo hace indisoluble porque ambos serán uno solo y por eso no se avergonzarán de conocerse íntimamente, no solo en lo físico sino en todas las dimensiones de su humanidad con virtudes y defectos. 



[1] Capacidad de estar en dos lugares al mismo tiempo y de transportarse a través del espacio sin usa medios físicos.

[3] Vidente colombiana que afirmó que Jesús la llevó al purgatorio y al infierno y le mostró lo que ocurría allí. Esta campesina del municipio de Garagoa, fue certificada por el padre Carlos Cancelado que la acompañó hasta su muerte como guía espiritual.

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